domingo, 25 de octubre de 2009

Joven contra viejo

El apaciguamiento normal de las cinco de la tarde en el parque Caldas de Popayán, fue interrumpido por expresiones soeces, de calibre descomunal, hirientes como una daga, que las gritaba un reciclador joven, desharrapado y maloliente. Iban dirigidos los epítetos a un viejo del mismo aspecto abandonado, de cabellos blancos y sucios hasta el gris, toscamente peinados, de vestido oscuro, saco y pantalón negros y brillantes por la falta de jabón. El reciclador conducía una carreta de mano donde llevaba desperdicios de madera, cartones y otras basuras reciclables; de cabello negro ensortijado, delgado y pálido como lo son todos los viciosos.
El viejo tomó un pedazo de cascote con la decidida intención de responder a la agresión verbal, al tiempo que profería insultos del mismo tenor a los recibidos. No pudo cumplir su propósito porque llegaron unos agentes del orden y otras personas que esperaban ver un espectáculo de sangre. El reciclador siguió con las ofensas, que insistían en la condición claudicante de la vejez del agredido y exaltaba la promesa de la juventud del ofensor, hasta que el viejo se sintió impotente para responder. El reciclador se reía sarcásticamente y así se fue con su carreta por la calle en dirección occidente, la misma del sol de atardecer.
El viejo tiró al suelo la piedra que pretendía ser agresora y caminó despacio, arrastrando sus pedazos de zapatos de color de tierra oscura sin cordones, hasta llegar al atrio del templo de Santo Domingo. Se sentó en una banca de cemento en escuadra que de tiempos inmemoriales sirve para el descanso de los estudiantes de leyes, ubicada en la esquina más clandestina, entre la iglesia y la Facultad de Derecho. Prendió un trozo marchito de cigarrillo y, solo, casi oculto, se agachó sobre sus rodillas. A esa hora la oscuridad y el frío eran ya intensos, como lo eran las lágrimas del viejo que caían en silencio sobre el andén.

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