martes, 3 de diciembre de 2013

Oscuridad en el túnel


En nuestro país cada uno se expresa según como le vaya en el trajín diario. Igual sucede con las arbitrarias clases sociales, división de la sociedad según el acumulado económico. Razón de más para profundizar el egoísmo.

La llamada clase alta, la misma que detenta y usufructúa el poder, conformada por cinco familias, como lo define la Mafia, pregona a través de sus medios masivos de comunicación, que Colombia ha alcanzado un alto grado de desarrollo frente a sus vecinos; que su crecimiento se acerca o supera el 4%; que la desocupación es menor a dos dígitos porcentuales; que tenemos un alto grado de bienestar y felicidad.  Esa es su situación como familia.

En contraste la clase media ladra bajo, pero inconforme. Es la que paga impuestos, la que surte de profesionales al país, la que recibe las consecuencias inmediatas de una política impuesta por los de arriba en su escala social, la que dota de oficiales al ejército y a la policía, la que surte de muertos en la violencia intrafamiliar y de tránsito, la que ostenta un nivel de vida aceptable que nunca llegará a la opulencia, la que jamás alcanzará el poder político, solo migajas. Es conservadora y estulta; su inconformidad se reduce, como en un sanduiche, a renegar de los de arriba, pero protegerlos, y arremeter contra los de abajo.

La llamada clase baja es una conjunción de pobreza y abandono. Es rebelde y contestaria cuando la tocan, pero fácilmente manipulable por su ignorancia. Constituye la mayoría de la población, la misma que unge presidentes por dádivas, la que da gracias a Dios por tener un regalo en diciembre, la que se hace matar por un político que le dio una palmadita en vísperas de elecciones, la que surte de suboficiales y soldados al ejército y de sicarios a los criminales de todas las clases. La que mata y se hace matar por cualquier cosa; la misma que acepta como un dogma que este es el mejor país del mundo.

En medio de este panorama crece la delicuencia, la injusticia, la impunidad; los criminales se vuelven millonarios y la población sufre las consecuencias de un país hecho para favorecer el crimen. Un país donde obrar con rectitud es sinónimo de estupidez. Hasta los políticos tienen como un activo, empeñar la palabra en un documento para después desconocerlo y obrar en contrario.

Nuestra sociedad está mal hecha y hay que cambiarla. 

Como todo proceso político, se requiere un cambio de política que sólo el grueso de la población pensante puede hacer. Y hay dos métodos: El, llamado, democrático que, en Colombia, ha resultado un fiasco en doscientos años (nunca resolvió los problemas sociales), o el revolucionario, que destruya las estructuras políticas vigentes para reemplazarlas por unas nuevas e incluyentes.

En ambos casos estamos lejos de un nuevo amanecer.