jueves, 23 de octubre de 2014

La agonía del árbol

El ficus estaba firme sobre la avenida, dividiendo las dos calzadas. 

Era frondoso, con intensas hojas verdes y visos amarillos cuando el sol se alzaba, oblicuo, por encima de las nueve de la mañana. Proyectaba una sombra fresca en días calurosos, refugio de peatones que atravesaban la calle y establecía una obligada referencia para los automovilistas en plena curva.  

Era bello. 

Refugio de gorriones amarillos, de mimetizados nidos que lo hacían tupido; escultura natural viva que albergaba la vida y reconciliaba el paisaje.

Pero el ser humano, cuando adquiere notoriedad, despierta estupidez entre sus lacayos.

Ganó las elecciones municipales un señor gris que se hizo oscuro en el ejercicio de la autoridad, y adquirió prestigio su esposa hasta elevarse a la categoría de primera dama. Siempre había estado, la prima dama, en su tienda de abarrotes, en linea de vista con el ficus y el CAI ( eufemismo que quiere decir Centro de Atención Inmediata de la Policía, pero fiel a la contradicción, ni es Centro, ni es Atención pero sí es lento). 

Ese fue el principio del fin del ficus: la dama al volverse famosa entre sus iguales, debía ser protegida de cualquier posible atentado, que rondaba la imaginación de comandantes  neuróticos, pero la autoridad, vale decir los policías, que de estrategia saben mucho, dijeron que desde el CAI, ese árbol frondoso debía ser derribado porque obstruía la vista hacia la tienda de abarrotes. No se les ocurrió que el ficus podía ser podado, tampoco que ubicaran a un agente en el propio negocio, menos que establecieran una línea de emergencia, peor que instalaran cámaras de video que reportaran al CAI.

El ficus debía cortarse con motosierra.

Así se hizo y el lugar volviose un pequeño desierto sin sombra, sin aves, sin la belleza de la vida.


Terminó el período del alcalde y se apagó el calificativo de su esposa: de primera dama pasó a última, pero dejó un rastro, la seguridad de que hay que sacrificar vidas para que una ostente la dignidad inventada por los genios de la defensa nacional.   

miércoles, 8 de octubre de 2014

El idioma, nuestro factor de unión

Las palabras indican la idiosincracia de un pueblo, sus temores, frustraciones y condición de igualdad o sumisión.

¡Cuántas historias nos han contado los europeos y norteamericanos para ubicarnos en el atraso y, peor aun, en la condición de salvajes antropófagos de las comunidades precolombinas, siempre con el membrete de investigaciones!

Nuestra historia la han escrito otros, con el sesgo de su cultura judeo cristiana, esa sí caníbal y sacrificadora de niños para después reemplazarlos por animales dóciles en el altar de su dios, como se hace en el presente. Los españoles, que atribuyeron canibalismo a las culturas americanas, practicaron la antropofagia llevando nativos en sus expediciones para sacrificarlos en caso de que faltara el alimento. (Lo relata, en 1552, Bartolomé De Las Casas en su Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias. México, ediciones de la Universidad Nacional Autónoma, 1941.)

América, desde México a la Patagonia, es un continente que infunde temor, por su extensión, riqueza, unidad (si se llega a alcanzar aparte del idioma) a las potencias occidentales y éstas temen que despierte, por eso penetran culturalmente y utilizan la palabra para someter. Es más barato y efectivo.

De ahí que tratemos de entendernos con eufemismos.

Las potencias se arrogan legitimidad y califican a los pueblos que se apartan de sus doctrinas políticas, como terroristas y así hasta llegar al individuo, el mismo que siendo librepensador lo rotulan de izquierda cuando no comunista. De ahí a la sindicación de terrorista es medio paso. Depende de su influencia.
Nuestros jóvenes colombianos, y esto es lo grave, ahora usan un lenguaje que manifiesta debilidad y sumisión. Veamos un ejemplo que soporta lo dicho. Ahora ya no se compra, se pide que le regalen:

-Por fa, ¿me regala un café?

No creo que haya un magnate que, cuando va a comprar, pida regalado. Él sí ordena.

Las organizaciones sociales cuando adelantan paros justos que apuntan a reivindicaciones, firman peticiones no exigencias, son sumisos ante un gobierno despótico. Por eso el Estado no les teme; y ante las peticiones, el gobierno da lo que quiere, no lo que le exigen.

En la prensa y en la televisión abundan los eufemismos para ocultar el verdadero sentido de las palabras en una mojigata acción de decencia. Los humanos resulta que ahora tenemos cola como los animales; los afectados sexualmente por la naturaleza, devinieron en gays; los negros son afrodescendientes; los mercenarios son contratistas; los muertos, bajas; los impuestos, cargas impositivas; los sindicados dejaron de ser sospechosos para llegar a delincuentes, según la lógica policial; los viejos atenúan su condición al integrar la tercera edad o benévolamente establecerse como adultos mayores; las putas dejaron ese oficio para alcanzar la escala profesional de trabajadoras sexuales.

No nos extrañemos si en algún tiempo no nos entendamos ni entre nosotros; tampoco si se crean colonias donde sólo se permita un idioma anglosajón.


Sería el comienzo de la partición de América por el idioma.