Ahora tenemos que la verdadera historia nos la cuentan los historiadores extranjeros. Con motivo del tal bicentenario de la independencia de España, tal parece que los historiadores colombianos no tienen credibilidad y se acude a unos personajes con exuberantes títulos de universidades norteamericanas a que nos recreen nuestra propia historia. El 21 de octubre de 2009 entrevistaron por RCN, radio nacional, a un profesor Bullner (creo que se escribe así), cuyo primer nombre desconozco porque los periodistas no me lo dijeron. Al señor Bullner le preguntaron cuáles fueron los tres mejores y los tres peores presidentes de Colombia en toda su historia. Vino la respuesta en un español a lo Tarzán, que da categoría en nuestro medio:
-Los mejores presidentes fueron Santander, por su calidad administrativa, Alfonso López Pumarejo por haber introducido la Social Democracia y Carlos Lleras Restrepo por esas minucias administrativas y la Reforma Agraria (frustrada). Los presidentes malos no los nombró, seguro eran el resto.
Aquí meto la cucharada. El profesor Bullner hizo lo mismo que las estrellas de la farándula: Volvió absoluta una breve apreciación; parcializó unos conceptos, algo que no debe hacer un historiador serio; redujo a cuento chino la imagen de unos personajes que es imposible definirlos en tan breves líneas.
Dijo que en Colombia había corrupción en los mandos medios y bajos de la administración, que no había existido un presidente que se hubiera robado el erario público.
Vuelvo a meter la cucharada. Daba la impresión de ser un historiador formado en la escuela de nuestro actual gobierno: como no se ha cogido al ladrón, entonces no se ha robado.
Por ninguna parte habló de la impunidad en los altos niveles de la administración. Desconoce drásticamente que nuestra justicia está hecha para favorecer a los delincuentes; éstos tienen todos los derechos, las víctimas –en este caso el Estado–, no. Por eso el Estado pierde en los estrados judiciales las demandas que interponen sus mismos servidores; es saqueado en los altos niveles y como la suprema dignidad es intocable –según nuestras leyes, se presume la diáfana honradez presidencial–, es imposible saber qué se ha robado, es imposible coger al ladrón y peor todavía, llevarlo a juicio.
He aquí una pequeña lección para Bullner que le puede indicar que nuestra justicia favorece a los delincuentes. Vea si no: cuando a su casa penetra un ladrón que pone en gran riesgo su integridad física y es aprehendido por las autoridades, en la etapa de audiencia pública ante el juez, el acusado (apartamentero) tiene derecho a un abogado, el afectado o sea la víctima, no tiene ese derecho y queda indefenso frente al delincuente y al abogado defensor que apabulla con sus capciosas preguntas. En esta desigual situación es muy seguro que el violador de la ley salga libre de cualquier cargo y la víctima quede expuesta a la retaliación del sindicado. Dicho de otra manera, después de la acción judicial, es como andar a oscuras cerca del nido de la serpiente expuesto al latigazo de la muerte.
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