domingo, 28 de junio de 2009

Estímulo al escritor

El 25 de julio de 2008, cuando hice el lanzamiento de mi segundo libro, Lugares comunes a lo patojo, con envanecido orgullo puse en manos de mi mamá, adornada con la venerable edad de 87 años a cuestas, un ejemplar. Ella lo vio, lo movió como pesando sus trescientas diez páginas y preguntó:

-Y vos, ¿de dónde sacás tanta pendejada?

viernes, 26 de junio de 2009

¡Ojo a la noticia!

En una emisora local de Popayán, de buena aceptación, una vez se oyó la siguiente noticia:

“El General Matamoros despidió a cincuenta empleados, por la situación crítica que atraviesa”.

El director del noticiero se extrañó y comenzó a pensar que tal vez el ejército ahora llamaba así a sus soldados. No se aguantó la inquietud y fue en busca de la planilla de noticias hasta que la encontró y decía así:

“La General Motors despidió a cincuenta empleados, por la situación crítica que atraviesa”.

Enterado el director, ordenó un examen oftalmológico urgente al locutor.

miércoles, 24 de junio de 2009

¡Entran sólo socios!

Pompilio Ordóñez era un eficiente y recto portero del Club Popayán por las décadas de 1950 y 1960.

En cierta ocasión llegaron unos socios, señores de la “Jai”, pasados de tragos, y le preguntaron con autoridad de borrachos:

-Pompilio, ¿aquí se pueden traer prostitutas?

El portero, salvando su ignorancia con el manual del reglamento, contestó:

-¡Claro! Se pueden traer, si son las hijas o las esposas de los socios.

sábado, 13 de junio de 2009

Víctor Paz Otero

Víctor Paz Otero, poeta de la historia

Predestinado para escribir poesía llegó a Popayán bajo el signo de Leo, Víctor Paz Otero, un 17 de agosto de 1945. Recorrió, de niño, las mismas calles amplias y misteriosas que recorrieron Simón Bolívar, Tomás Cipriano de Mosquera, José María Obando, quienes 180 años después caminaron por las páginas de sus libros tal como fueron: hombres antes que próceres.

Es muy posible que estudiara sus primeros saberes, como todo payanés de la época, con los Hermanos Maristas, que infundieron enseñanzas para formar creyentes que luego se trastocaron en rebeldes. En su juventud, a Víctor Paz Otero, lo vemos por los lados de La Pamba, barrio de historia y duelos clausurados, con su frondosa cabellera y barba, negras, iniciando a publicar poesía que ya llevaba intrínseca en sus neuronas:

Quiero hundirme,

perderme en un silencio

de ausencias destrozadas

para no sentir

que más allá de nosotros

el tiempo es la derrota

de nuestra voz humana.

Quiero olvidar que vivo,

olvidar que soy hombre

y que aprendí los sueños

y las palabras mágicas

que a veces se vuelven poesía.

Un salto gigantesco lo lleva a estudiar Sociología en la Universidad Nacional de Colombia, que lo convierte en un voluntario extraditado payanés, en Bogotá, ciudad de oportunidades para la poesía. Y vienen sucesivas publicaciones: Poemas de piel y tiempo, en 1975; Alteraciones, en 1980; Elementos para una sociología impresionista, en 1986; Nuevos poemas de piel y tiempo, en 1990; Naufragio en mi bemol, en 1995; Poesía para amantes, en 1996.

En este libro, Poesía para amantes, se lee:

No sé si encuentro la muerte

cuando amo.

Ese olvido de mí que no me restituye

el paraíso

cuando atravieso la tibia materia de tu carne

no sé si es

el lado impalpable de la sombra

el foso o la caída

la luz que nunca he visto.

No sé si este goce

que es efímero e infinito

es salto a la disolución

salto a la nada

o es recobramiento y es nostalgia

de esa unidad perdida

que en nosotros permanece y sangra.

No sé si te amo

para que al encontrarte en la profundidad

del sueño,

para que al perderme en la música

húmeda y táctil de tu sexo

toda mi dispersión se reunifique

o toda mi precaria unidad

se rompa o se fragmente

en un nuevo vacío y para siempre.

El paréntesis del poeta Víctor Paz Otero, aparece en 1993, diez años después del terremoto de Popayán; sismo que desnudó una sociología ficticia, un aparente transigir con la vida; que apareció desgarradora, como biografía de ciudad, en su primera novela, La eternidad y el olvido. Inaugura una forma nueva de narrar la historia despojada de giros técnicos, y abrumada por la belleza poética.

“Al principio mi madre se sintió un poco extraña en ese ambiente tan distinto al que habían sido su casa y su vida. Tuvo que soportar más de una dura ironía de parte de mi abuela, una anciana soberbia y engreída de sus linajes y sus abolengos, que sin disimulo alguno miraba con muy malos ojos su color trigueño y sentía escalofríos por los títulos poco claros de su pasado y de su procedencia. No perdía oportunidad de recordarle que el apellido Rebolledo estaba ligado a las más rancias estirpes peninsulares y le recordaba como una letanía mortificante que el cuarto abuelo de Bolívar, el conquistador y capitán don Francisco de Rebolledo, originó la rama venezolana desgajada del tronco primitivo de que fue otra la de los Rebolledos payaneses, de la que provenía entre otras doña Ana María de Rebolledo, la gloriosa madre de don Rafael y don Manuel de Pombo. Que su familia era muy antigua y muy ilustre en España”.

Esta primera novela sería el inicio de una prosa narrativa que alcanzaría los ensueños de la poética y la historia. Más tarde surge en su plenitud la novela histórica, necesariamente contestataria. Títulos como El demente exquisito. La vida estrafalaria de Tomás Cipriano de Mosquera, El Edipo de sangre o de la vida tormentosa de José María Obando, Bolívar: delirio y epopeya y su trilogía: La agonía erótica de Bolívar, La otra agonía: la pasión de Manuela Sáenz que antecedieron al libro, Bolívar: el destino en la sombra, contribuyeron a conocer la historia de Colombia con la visión del novelista y el arte del escritor.

En una reciente conferencia Víctor Paz Otero fija sin tapujos la condición de artífice de su obra:

“El escritor, y por supuesto hablo a título personal - en yo sostenido para ser más preciso - no escribe para esconder o mitigar sentimientos; a veces inclusive ese verbo escribir demanda potencializar emociones, exige en lo posible exacerbar y hacer conscientes las neurosis y hasta volver explosivos los sentimientos”.

A sus 63 años, Víctor Paz Otero sigue escribiendo en una lejana habitación campestre, en una montaña, en un lugar de Colombia –traviesa impronta del bardo– llamado, La metáfora.

jueves, 11 de junio de 2009

De apodos y vanidades

Popayán es tierra fértil para los apodos. En las calles tropezamos con “Bombillo flojo”, el mismo que fue nombrado gobernador y ni así dejó de parpadear; con “Santolavao”, que no es blanco de piel sino descolorido, como caratejo terminal; con “Carisucio”, que le dicen así no porque tenga la cara sin bañar sino porque de tanto lavarla se despercudió por partes.

A cierto ciudadano, por ser menso al extremo, no le pusieron el continente sino el contenido playero, en diminutivo, como apodo: “Aguecoquito”. Este, viajó a Estados Unidos por accidente para no perder unos pasajes de realización que habían adquirido unos primos. Estuvo tres meses, lo de ley, y regresó hecho un gringo mal diseñado.

En Popayán, tomó un taxi para recorrer la ciudad, como turista, y cuando pasaba por el parque Caldas se le ocurrió preguntar al taxista, señalando hacia la esquina sur:

-¡Oh! ¿Eso qué ser, tan bonito?

-Esa es la torre del reloj, “Aguecoquito”.

martes, 9 de junio de 2009

Rafael Maya

Rafael Maya, la tristeza en la poesía

Oye, seremos tristes, dulce señora mía.

Nadie sabrá el secreto de esta suave tristeza.

Así empieza un poema de Rafael Maya donde se hace el interrogante afirmativo, ¿Seremos tristes? Nuestro bardo, apologista de la tristeza humana, nació en Popayán un día de marzo de 1897. Hijo de Tomás Maya de reconocidos méritos como hombre de letras y pedagogo, fue esencia y poesía desde su infancia; orientado en la nostalgia y amado como al único por su madre, doña Laura Ramírez. Antes de ingresar a la Universidad del Cauca, para finalizar sus estudios secundarios en 1914, había transitado por los primeros saberes con los sacerdotes lazaristas en el seminario menor; disciplina católica que no abandonaría ni en su poesía más íntima.

Un intrascendente concurso literario promovido para realzar la gloria de los próceres payaneses, en 1916, permitió a Rafael Maya destacarse como un poeta de expectativas prometedoras; a partir de sus siete sonetos llamados Mártires, ya no sería desconocido en esta tierra; había alcanzado el primer premio. Un año después publicaba sus primeros versos en la revista Liras Hermanas, fue lo último que hizo en su apacible Popayán antes de emigrar definitivamente a la fría Bogotá, con apenas veinte años de edad.

En la Universidad Nacional conoció los intrincados procesos del Derecho y también los amigos que incrementarían el conocimiento humanístico, entre quienes estaban Augusto Ramírez Moreno y Germán Arciniegas, escritores de alto vuelo político. Otro payanés, Miguel Santiago Valencia, por los años de 1920, fundó la revista Cromos y la tertulia anexa, donde concurrían Rafael Maya y los eméritos poetas Miguel Rasch Isla, Eduardo Castillo y León de Greiff, junto a los intelectuales de la época, Roberto Liévano, Armando Solano, Luis Eduardo Nieto Caballero y José Umaña Bernal. Fue el paso precedente para fundar el grupo de “Los Nuevos” en 1925, aumentado con la presencia de Juan Lozano y Lozano, Jorge Zalamea, Luís Tejada, Alberto Lleras Camargo y Luís Vidales. La comunicación de afinidades con estos personajes, le permitió a Rafael Maya, además de la decantación de su poesía, vincularse a la administración pública y ser protagonista de una parte del devenir nacional.

Sin embargo la nostalgia, sembrada por su madre, lo obligaría a la añoranza de su lejana tierra y evoca con sumun de tristeza,

La casa paterna

Viejo ciprés que en el solar aún medra

dando asilo a los pájaros cantores.

Junto al alto brocal nacen las flores

y hay una cruz que a la tormenta arredra.

Una vara juncal guía la hiedra

a través de los anchos corredores

y enlazando los arcos vencedores

muestra sus armas el blasón de piedra.

Entre paños ilustres sillares

prolongan el pasado, sobre el muro,

los antiguos espejos familiares.

Y en un rincón, desde la tela incierta,

ceñido el manto de crespón oscuro,

asoma el rostro de la madre muerta.

Los años que se juntan entre 1925 y 1936, son de una productiva actividad cultural que empezó con la publicación de La vida en la sombra, Coros de mediodía, Después del silencio y culminó con las primeras estrofas en linotipo de los llamados “Piedracelistas” que “se caracterizaron por su idealismo y su mundo poético neorromántico y barroco, en donde con insistencia aparecía el amor, la naturaleza, el cielo poblado de estrellas, el mar, las olas, las algas marinas y la hermosura y armonía de una poesía musical engastada en bellas formas”.

El año de 1940, lo sorprende reemplazando a Antonio Gómez Restrepo como catedrático de literatura colombiana en el Colegio Mayor del Rosario, de fuerte tradición académica. Fue en esa década, hasta 1950, que alcanzó grandes honores, distinciones y cargos, cuando fue condecorado, ocupó una curul en el Congreso, fue exaltado como miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua y le alcanzó el tiempo para casarse con doña Nelly Gallego Norris, en 1946. También de esta etapa son sus poéticos libros Final de romances y otras canciones, y Tiempo de luz. Aquí aparece la más honda tristeza como lo expresa su poema

SEREMOS TRISTES


Oye, seremos tristes, dulce señora mía.

Nadie sabrá el secreto de esta suave tristeza.

Tristes como ese valle que a oscurecerse empieza,

tristes como el crepúsculo de una estación tardía.


Tendrá nuestra tristeza un poco de ufanía no más,

como ese leve carmín de tu belleza,

y juntos lloraremos, sin lágrimas,

la alteza de sueños que matamos estérilmente un día.


Oye, seremos tristes, con la tristeza vaga de los parques lejanos,

de las muertas ciudades, de los puertos nocturnos cuyo faro se apaga.


Y así, bajo el otoño, tranquilamente unidos,

tú vivirás de nuevo tus viejas vanidades

y yo la gloria póstuma de mis triunfos perdidos.

Cuando Colombia sufre los rigores de la dictadura, Rafael Maya, fiel a su vocación artística, actúa en pro de la difusión literaria: ocupa la dirección de la Radiodifusora Nacional de Colombia, en 1951; es decano de la facultad de filosofía y letras de la Universidad Nacional, en 1953; y emprende su primer viaje a Europa, comisionado por ella, para asistir a la conmemoración del séptimo centenario de la Universidad de Salamanca; escribió y publicó Navegación nocturna en 1955. Finaliza este periodo fructífero como delegado permanente ante la Unesco, en Paris.

Paralelo con sus cargos y responsabilidades de funcionario, escribe sin pausa, y aparecen sus libros de poesía, cada vez más sombría por la cercana presencia del final de la vida, La tierra poseída, El retablo del sacrificio y de la gloria y El tiempo recobrado. En prosa destacan sus producciones: El rincón de las imágenes, Alabanzas del hombre y de la tierra, Los orígenes del modernismo en Colombia, De perfil y de frente, Escritos literarios y Letras y letrados.

Sólo fue posible culminar su obra con el inexorable descanso eterno que ocurrió el 22 de julio de 1980 en Bogotá. Como un anticipo premonitorio, Rafael Maya había escrito estos versos tristes que bien pudieron acompañarlo en su último instante:

Todo pasó como la breve sombra

de un ave que atraviesa el firmamento.

Pasó la eternidad en un momento,

y el recuerdo traidor ya no te nombra.