sábado, 30 de abril de 2011

Entendida China, ignorante Iberia

Difícil que un chino se haga entender en la nueva Iberia. Sucedió que a Barcelona, España, llegó un emigrante desde la región remota de la Gran Muralla. Se alojó en un conjunto de propiedad horizontal, muy vecino del señor Manuel Curro.
Con su ancestral cultura, el chino Amao Chetiang, que así se llamaba, saludaba por las mañanas a su vecino:
-Buenos lías, señol Culo.
El señor Curro, enchapado a la antigua, entendía primero la ofensa que la limitación idiomática.
La escena se repetía todas las mañanas hasta que don Manuel adoptó una decisión violenta para evitarla. Compró dos perros doberman, y, así, cada vez que se encontraban los vecinos, los perros intentaban agredir al chino que, asustado, se refugiaba en su habitación. Varias veces intentó el chino defenderse con un cuchillo, pero el señor Manuel Curro silbaba y los perros se perdían en su cuarto. Esta vez se cansó el descendiente de Confucio y fue a la Delegación de policía a poner la queja.
-¿Qué se os ofrece, señor Amao, –preguntó el jefe policial–.
-Señol policía: sucele que pol las mañanas me salen los pelos del señol Culo y no puelo tlabajal.
El jefe de la delegación no pudo evitar una sonrisa y sólo se le ocurrió una solución insólita a un problema no entendido todavía:
-Este… pues… muy fácil, ¿por qué no los cortas?
-Lo quise hacel, señol policía, pelo cada vez que los voy a coltal, el señol Culo silba y se van pa´ lentlo.

domingo, 24 de abril de 2011

Jorge Flórez Calvo

En una de las veces del siglo pasado, cuando transmitíamos un concierto del Festival de Música Religiosa de Popayán, se acercó una dama europea a nuestra banca del templo de la Encarnación para acompañarnos y decirnos que ella, en Europa, no había visto que los conciertos de música se emitieran por la radio con tal grado de conocimiento y buen gusto. Claro, el conocimiento y el buen gusto eran de Jorge Flórez Calvo.

Fueron largos los años de festival que coincidimos, Jorge y yo, en las sesiones de música sinfónica y de cámara, desde aquel memorable Concierto de Aranjuez con la Orquesta Sinfónica de Colombia y el mejor guitarrista de ese entonces, Gentil Montaña, en el Teatro Municipal, en la década de los setenta, hasta el último, el Réquiem de Mozart, hace pocos años, también con la Orquesta Sinfónica de Colombia y el Coro de Cámara de Popayán.  Durante esas coincidencias y de la mano de Jorge Flórez Calvo tuvimos el privilegio de conocer la historia del arte musical, de saber escuchar la música sinfónica. Fue una cátedra artística que duró cerca de treinta años.  Siempre me aseguró que en el primer balcón del Teatro Municipal, a mano derecha, era donde mejor se oían los violines. Cuando dejamos de transmitir música para la radio, seguimos apareciendo en ese balcón como espectadores añejos. Eran deliciosas las tertulias que hacíamos antes de un concierto y en el intermedio, que inducían al silencio en nuestros compañeros de palco.

Pero Jorge Flórez Calvo fue, además, un gestor cultural incomparable. Fue, entre sus múltiples facetas, quien promovió y sostuvo el Encuentro Nacional de Tríos, donde tuvimos la oportunidad de escuchar a los mejores músicos del género del país.  Los tríos payaneses, de bluyín y camiseta, fueron elevados a la categoría de corbatín y smoking, al codearse con los consagrados tríos nacionales. Todavía hoy nos hace falta al promotor de cultura con esas virtudes. Todavía hoy nos hace falta ese carácter de papá bravo, que en pleno auditorio de la Facultad de Medicina, nos regañaba por una botella de aguardiente que rodaba ya vacía. Alguna vez me dijo: “Yo no puedo entender que tengan que embriagarse con alcohol cuando la música es embriagadora”.

Fue un ciudadano de mundo, con nacionalidad de español y habladito patojo, que le gustaban los viajes tanto como una deliciosa sinfonía de Tchaickovsky.  Fue en uno de esos viajes que no quiso regresar y por eso lo extrañamos. Su figura altiva se insinuaba de buena estatura por lo delgada; gesticulaba nervioso con el cuerpo para hablar; improvisábamos tertulias por cinco minutos y luego desaparecía con una recomendación: “Te veré en el concierto del jueves santo”.

Los conciertos del Festival de Música en Semana Santa ya no son lo mismo ante la ausencia definitiva de Jorge Flórez Calvo. Entramos al teatro con un mutismo profundo y salimos igual; falta ese maestro que hacía interesante un compositor desconocido del siglo XVII y más interesante todavía a un cuarteto de música de cámara de la antigua Yugoeslavia. Seguimos sus consejos para apreciar la música sinfónica, seguimos asistiendo a los conciertos, pero… ¡qué vacío tan grande se siente en el primer balcón, mano derecha, del Teatro Municipal de Popayán, sin Jorge Flórez Calvo! 

sábado, 23 de abril de 2011

¡Que suenen los cristales!

No había duda sobre la fuerte antipatía que Nicolás profesaba al magnate del ganado, Mario; lo detestaba por hambriento, tacaño y millonario. Quiso el destino que Mario fuera vecino de Nicolás y la antipatía se acrecentó hasta bordear el odio; quiso el destino, también, que por azares sociales Nicolás llegara a la casa de Mario (allí en frente) a compartir un minúsculo café que era lo que daba, en el extremo de la tacañería, Mario. La losa era de clara estirpe pobretona, tanto, que el pocillo semejaba a algo parecido al plástico, en vez de porcelana como se estilaba entre egregios ricachones.
Una vez pasó el café, otro vecino, posiblemente el magistrado Solarte, ofreció una botella de vino de buena casa para no dispersar la reunión. Solarte entregó el vino a doña Dolores, esposa de Mario, para que lo sirviera a la mesa según los protocolos franceses. Hubo una demora excesiva antes de que apareciera la sirvienta de la casa, que reemplazaba a doña Dolores en esta etapa de la ceremonia, con el vino ya servido en unas soberbias copas de cristal que chillaban frente a la pueblerina vajilla del café inicial. Nicolás observó las copas primero que al vino y comenzó a rebajar la antipatía hacia Mario. Después de todo, Mario tenía arrestos de buen gusto y los compartía con sus visitas; después de todo había un ligero desprendimiento del ordinario ganadero para atender con decencia a sus vecinos.
Luego de una hora de charla y risas y de vaciar casi todo el contenido de la botella, Nicolás se extravió en simpatía y propuso un brindis singular: “Choquemos las copas hasta que suenen los cristales”. El choque de Mario excedió la resistencia de una copa que terminó en pedazos. Nicolás, exaltado por el hecho, repitió “que suenen los cristales” y arrojó una copa al piso. Mario no se quedó atrás y a la exhortación impuesta, partió en mil pedazos otra de sus copas. Emocionado, Solarte, imitó la lujuria destructiva y astilló su correspondiente copa. Así al grito de guerra, “que suenen los cristales”, las copas terminaron por ser una ínfima referencia de la amistad de los vecinos.

Terminado el singular evento, Nicolás llegó a su casa (ahí al frente) rebosante de felicidad, esa felicidad que otorga la consumación de la antipatía y le comentó a su esposa que se sentía feliz porque al miserable de Mario le había hecho destruir su valiosa cristalería francesa.
-¡No puede ser mijo!, –reaccionó la señora- ¿quebraron las copas?
-Sí. ¿De qué te extrañas? ¿No te parece maravilloso?
-¡Pero si ese Mario no tiene en qué caerse muerto con sus millones! Aquí vino su mujer a suplicar que le prestara nuestra cristalería porque allá no tenían en qué servir un vino.

domingo, 17 de abril de 2011

Resfrío centenario

En épocas remotas del Club Popayán, cuando los socios eran menos y pagaban más, lo administraba Gerardo Castrillón quien, fiel a su estirpe, no desperdiciaba ocasión para burlarse de cualquier acontecimiento. Hubo uno que congregó a la ciudadanía pues se trataba de un matrimonio judío, algo nunca visto por estos lugares cristianos. Para el efecto, los contrayentes habían traído desde Jerusalén a un anciano rabino, venerable vejestorio como de las épocas de la crucifixión, que ofició la ceremonia en el primer piso del club. Como los vientos en Popayán son intempestivos y fríos, alguien sugirió a Gerardo cerrar las ventanas para evitar un resfriado al sacerdote. Cuando el administrador se aprestaba a cumplir el mandado, los ciudadanos agolpados en las ventanas le pidieron que no las cerrara para ver la ceremonia, pero Gerardo les explicó: “Lo siento mucho pero me mandan que cierre porque se les enfría el rabino”.

sábado, 16 de abril de 2011

Sobre una charla de Giovanni Quessep

-¿Confiesa, señor Artigas, que cometió plagio?

-Señor juez: Es posible que Las mil y una noches, tal vez escrita por un árabe en el siglo IX…

-¡Señor Artigas! ¿Cometió o no cometió plagio usted?

-Señor juez: Usted está juzgando a un escritor por una denuncia de otro escritor sobre una obra literaria que escribí. Mi denunciante asegura que lo mío es un plagio de una de sus obras, porque la idea original fue suya y él dice que yo la robé. Permítame, entonces, que me defienda como escritor, dado que no lo puedo hacer como abogado. Si respondo a su pregunta en la forma como usted me alecciona, como un dilema irreconciliable, estaría traicionando mi condición de hombre de letras, de constructor de frases, de hacedor de historias. Después de mi disertación, que prometo fiel y atemperada a la verdad, sin sofismas que escondan una línea justiciera, usted podrá juzgar como le dicte la razón, que es más poderosa que las leyes escritas por hombres que quieren ser directos y justos y apenas les alcanzan los sustantivos para nombrar y los adjetivos para definir los delitos.

-Excuse, señor Artigas, el procedimiento me obliga a iniciar el juicio con la pregunta al acusado de si se declara o no culpable del delito que se le imputa, pero como usted tiene un discurso para sustentar su respuesta, entonces, estaré dispuesto a oírlo hasta el final.

-Gracias, señor juez, usted hace honor a la palabra. Continúo, entonces. Decía, al principio de esta audiencia, que ese conjunto de relatos llamado Las mil y una noches escrito en el siglo IX, que narra los viajes de Simbad el marino, es muy probable que haya encontrado su inspiración en la Odisea, escrita en el siglo VIII antes de nuestra era, presumiblemente por Homero. Si nos atrevemos a leerlas vemos un paralelismo en ciertos pasajes; los peligros que afronta Ulises en su viaje de regreso a Itaca, su reino, y los que ponen en riesgo la vida de Simbad en sus reiterados viajes, configuran una idea amplia y similar. Pero son relatos diferentes por la calidad narrativa, por la utilización de metáforas distintas, por el vuelo de la imaginación diametralmente opuesta en ambos, por los mitos introducidos que reconocen griegos y árabes, en su momento, y hoy toda la humanidad. Nadie se atrevería a señalar, ni menos a acusar, a Las mil y una noches de plagio de la Odisea.

La primera novela, Genji Monogatari, fue escrita por una mujer en el siglo X (¡Loas a la mujer!), la escribió una japonesa, Murasaki Shikibu. Es una bella novela que recomiendo leer. Lo grave del asunto es que tiene más de mil páginas y se debe entender a la rígida sociedad nipona de entonces. De esa novela se derivaron otras obras en árabe, en turco, en inglés, hasta en español. La extensa novela dio origen a otras menores en tamaño, no así en calidad narrativa. Los escritores pudieron o no haber leído la novela japonesa, sin embargo, nadie se atrevería a calificar de plagio a ninguno de estos novelistas aunque hubieran tomado ideas narrativas de Genji Monogatari, porque lo hecho por ellos fue un arte superior para sus costumbres, o diferente y bello en su entorno social. Aquí podríamos decir que una exquisita propuesta estética conduce a otras realizaciones igual de bellas.
Es lo que pasa con la tradición oral: un primitivo relato con el paso de los años y de los personajes se engrandece, se enriquece, se parte en mil relatos; algunos se transforman tanto que sería imposible distinguirlos del origen. Todos son diferentes cuentos porque tienen el agregado de infinidad de narradores. Se me hace imposible la acusación de plagio.

Alguna vez el escritor Gabriel García Márquez, presentó a consideración de un eminente narrador su primera novela antes de publicarla, La hojarasca, y recibió de inmediato una expresión que lo enmudeció: “Parece una obra escrita por Sófocles”. No lo dijo por elogiar su estilo sino porque tenía elementos que divagaban por las obras de Sófocles. García Márquez lo entendió y pidió otra opinión para que se evitara la presunción de plagio. El escritor abordado, le recomendó escribir un epígrafe de Sófocles al comienzo de la novela. Así se hizo y hoy nadie puede acusar a Gabriel García Márquez de plagio. Además Sófocles ya no lo necesita después de veinticuatro siglos de reconocimiento.

Ahora, señor juez, voy a contestar su pregunta: no he cometido plagio por una idea que he engalanado con mis propios atributos artísticos y la he llevado a un reconocimiento público, tanto que se nota diferente y novedosa. Plagio sería que esa idea se hubiera quedado pobre, cobijada por la simplicidad intrascendente, aniquilada por vulgares gacetillas y la hubiera publicado, tal cual, con mi nombre.  Por todo lo dicho, no he cometido plagio.

Gracias, señor juez.

domingo, 10 de abril de 2011

¿Qué le pasa a nuestro país?

No se trata de la nostalgia del viejo por los tiempos idos, pero tal parece que este país, Colombia, no es el nuestro.

Si abrimos la prensa diaria, si vemos la televisión, si oímos la radio, nos encontramos con que los protagonistas son militares, policías, delincuentes; a veces aparecen políticos agitados camino a la cárcel; en otras, modelos de cine que, al igual que los futbolistas, es mejor que no hablen y en el más recóndito rincón, se insinúa borroso un artista plástico o un escritor, a quien generalmente no dejan hablar mucho, porque se baja el “reitin”. Es decir, parece que habitamos un país en guerra, o descuadernado, donde no hay espacio para las bellas artes

Algo le está pasando a nuestro país cuando, para escuchar música colombiana en la radio, vamos que tener que traducirla al inglés. Todos los días, indefectiblemente, la radio nos quiere meter el cuento de que es una belleza de canción esa que canta un tipo de nombre enrevesado, que la locutora pronuncia tan impecable que quedamos en las mismas, con el título más raro aún, en un inglés tan puro que no se entiende nada. Si en la radio ya no se escucha la música colombiana, es porque nos quitaron el país.

De la televisión ni se diga. Es un apéndice del poder de turno que no admite controversia. La televisión dice rechazar la violencia, pero nos atiborra de series gringas donde el matón es un gringo negro de la CIA, donde los muertos ocurren por montones para defender la libertad gringa. Todo es gringo. Los dramas europeos y las historias de amor clásicas no tienen cabida.

La prensa escrita se volvió frívola. Cuando, por accidente, surge un pensador colombiano con un punto de vista novedoso sobre el acontecer nacional, se destaca en la última página, lado izquierdo donde no la lee nadie. Pero si esa misma opinión la emite cualquier extranjero con nombre inglés, merece los titulares de la primera página. Antes lo llamaban, a ese gringo, sumo sacerdote o zar, ahora lo llaman “gurú” de cualquier cosa. Una traviesa barbaridad que se le ocurra a ese inglés, es una posición respetable; pero una novedad conceptual de un intelectual colombiano es tildada de grosera, impertinente, cuando no reducida a peyorativa. Según nuestra prensa nacional, los colombianos no pensamos o, peor, no existimos.

Nos quitaron a nuestro país y no queremos darnos cuenta.

Hasta en los centros comerciales nos muestran un aviso grande que dice SALE, que para nosotros significa acción de salir pero para los nuevos vendedores quiere decir venta. Si seguimos así, si lo permitimos, cualquier día nos van a expulsar de nuestro terruño por estar de ilegales en un país que habla otro idioma que no entendemos, que se volvió civilizado en medio de la pobreza.

sábado, 9 de abril de 2011

El pernil de Telecom

De la vieja Empresa Nacional de Telecomunicaciones quedan despojos y recuerdos. Cuando adelantábamos el primer Plan de Telefonía Rural y después de instalar el nuevo servicio telefónico en Arbela (corregimiento del municipio de La Vega), que reemplazaba al teléfono de magneto por el teléfono remoto automático por línea física, dependiendo de la central telefónica de Timbío (Cauca), la comunidad nos invitó a un almuerzo con sancocho de gallina. Nos sentamos a manteles, en una mesa larga, el supervisor de líneas Gonzalo Gómez Gallo, los guardalíneas, los obreros y técnicos. Nos sirvieron un auténtico festín en agradecimiento por el nuevo avance tecnológico. El supervisor destilaba felicidad por el trabajo hecho y se desparramó en gracia, como niño chiquito con babero nuevo. Vio cómo al compañero de mesa, Lucio Paz, le sirvieron un pernil de gallina descomunal que desbordaba el plato y, como hacen los graciosos imprudentes, desvió la atención de Lucio para tomar la presa, con su mano, y esconderla debajo de la mesa. El toque humorístico se acrecentó porque, debajo de la mesa, velaba un perro pastor alemán que, ni corto ni perezoso, tomó en sus mandíbulas el pernil servido. De inmediato Gómez Gallo se levantó a perseguir al perro para quitarle la presa arrebatada, pero el animal era muy ágil y desapareció en la espesura del patio trasero de la casa. Todos los comensales reían a carcajadas por la acción del Supervisor tras el perro, y Lucio, sin percatarse del primer suceso, atinó a preguntar:
-¿Y qué le pasa a ese viejo pendejo?

domingo, 3 de abril de 2011

Alcaldes y alcaldadas

El alcalde de Popayán, Colombia, quiere corregir la inseguridad ciudadana por decreto. Es lo que coloquialmente hemos calificado de alcaldada. Cuando los decretos se promulgan para educar, para facilitar un procedimiento comunitario, para estimular una actividad económica, para incentivar una acción social, para aliviar una carga económica de los ciudadanos, etc., están cumpliendo su razón de ser, son buenos decretos. Cuando un decreto se emite para prohibir, las más de las veces, está propiciando lo contrario y, en el peor de los casos, auspiciando el crimen. Está claro que un alcalde no lo puede saber todo, pero sí se le exige comprensión de su medio, visión de su país y entendimiento del mundo que habita. En síntesis debe saber algo de política.

Y la historia da lindos ejemplos de gobernantes que decretaron prohibiciones y condujeron a su país al laberinto de la criminalidad. El más famoso fue la prohibición de importar licores en los Estados Unidos a principios del siglo XX; esa prohibición disparó el contrabando de licores y la proliferación de delincuentes que después se organizaron en mafias. De esa época surgieron personajes novelescos como Al Capone, Lucky Luciano y otros que el cine ha documentado como excelsos bandidos. Después se corrigió el error; Estados Unidos echó para atrás esa prohibición, legalizó la importación y se aplacó la violencia.

Si los actos administrativos que prohíben fueran efectivos, ya se habrían eliminado los atracos, los robos, los raponazos, los asesinatos, las extorsiones: bastaría promulgar los decretos correspondientes para prohibirlos.
Sacar un decreto que ordena el cierre de bares y cantinas a partir de las diez de la noche, con la motivación de que es la causa de la inseguridad urbana, sólo se le ocurre al comandante de la policía, no creo que al alcalde. El comandante no es político; él no tiene por qué saber que la causa de la violencia es social y en consecuencia la solución es política, pero el alcalde sí está obligado a saberlo y actuar en consecuencia.

En nuestro medio, un alcalde político podría paliar la violencia con un gran plan de obras públicas que reduzca la desocupación y aumente el ingreso de los ciudadanos, además de mejorar las condiciones físicas de convivencia. Ahí está el ejemplo de Bogotá, que con sus grandes frentes de obras públicas, todas necesarias para el discurrir de los ciudadanos, ha reducido la inseguridad y la desocupación que ahora exhibe el gobierno nacional como un logro en sus estadísticas. Quienes conocemos la capital, no nos dejamos tragar el cuento de los grandes medios de prensa que le atribuyen al presidente el éxito de su política, cuando se debe a la política del alcalde mayor.

Y hay más.

Bogotá es la única ciudad que tiene total cobertura educativa pública con restaurantes escolares; es la única ciudad donde lo atienden con privilegio por el Sisbén,  porque el Distrito está al día en sus pagos a las clínicas y hospitales. Este es un claro ejemplo de que las cosas se pueden hacer, si hay conocimiento y voluntad política.

Estamos en un año electoral. Ojalá nos toque un alcalde político; no de directorios que están desprestigiados; político de verdad, que entienda su entorno, que interprete nuestro ideal de ciudad y tenga el carácter de actuar en consecuencia.

sábado, 2 de abril de 2011

Los idiomas son así

En una vieja Semana Santa, vino de visita a Popayán una dama que tenía de interesante ser la representante para América Latina de los Hoteles Hilton. Conoció las procesiones nocturnas, los museos, las iglesias católicas, los monumentos muertos y vivos. Y también conoció a Guido Enríquez, quien le manifestó que aquí había un hotel Hilton.
-No puede ser –dijo la dama–, nosotros no hemos extendido una franquicia hasta esta bella ciudad.
-Pues le aseguro que sí –insistió Guido–.
-Me gustaría conocerlo porque puede tratarse de una usurpación a nuestro buen nombre.
-Acompáñeme –la invitó Guido–, queda a unas tres cuadras de aquí, desde el Banco de la República.
Bajaron por el puente de “El humilladero”, caminaron unos cien metros más, hasta el barrio Bolívar, y sí, efectivamente, vieron el hotel y el aviso en perfecto castellano que decía:

                             “Hotel Jilton 
Piezas a 10 mil pesos con baño privado y Betamáx”