El hotel Guadalajara de Buga, departamento del Valle, en Colombia, era un lugar de frecuentes reuniones laborales de las gerencias de Telecom del sur occidente colombiano. En una de ellas, que revestía gran importancia porque la iba a presidir el Vicepresidente Técnico, asistieron sin faltar ninguno, todos los gerentes, jefes de división y sección.
El Vicepresidente había llevado a este evento una agenda elegante con ribetes dorados, donde anotaba todas las quejas y demandas que le hacían los funcionarios. Todos aprovecharon la ocasión para pedir elementos y recursos de trabajo que el Vicepresidente anotaba con rigurosidad y prometía atender. Esta vez sí se iban a resolver muchas deficiencias que esperaban desde hacía meses.
Cuando finalizó la reunión, el primero en despedirse y salir fue el Vicepresidente. Entonces los funcionarios de las gerencias menores durante hora y media comentaron el interés del Vicepresidente, hasta que uno de ellos, de travieso, subió al estrado del gran salón y desde allí, con amplia sonrisa, mostró la libreta de ribetes dorados diciendo:
-¡Miren! Al vice se le olvidó la agenda.
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