martes, 31 de marzo de 2009

Cuento histórico

Como lo prometido es deuda, a la historiadora, seguidora de esta página, le dedico este texto que es una aproximación al cuento histórico. Veamos cómo se recibe por los lectores.

V.L.E.


El poeta de la transición

 

La historia empieza una tarde del veinte de octubre de mil ochocientos setenta y tres, cuando faltaban veintisiete años para vencerse el siglo de los próceres y pensadores de aquí y de allá.

En una ciudad adornada por la historia, metrópoli inminente como capital de la grandeza; pequeña aún, cual promesa acabada de formular, nacía el poeta Guillermo Valencia. No fue un acontecimiento extraordinario; era un día normal con luces de amanecer jóvenes, y destellos esplendorosos al final de la tarde, como todos los días, antes de arreciar las lluvias.

El poeta, niño, recorrió disciplinado los peldaños de su instrucción: primero con el profesor Manuel María Luna, un pedagogo rígido y eficaz, y con doce años de niñez, estudiando en lengua francófona la segunda escala del conocimiento con los seminaristas de San Vicente de Paul y su mentor Jean-Baptiste Malezieux. La Universidad lo ungió como poeta en prospección y le extravió el título en Derecho porque era mayor su interés por los literatos originales y no por los incipientes códigos que hacían trastabillar a las nuevas repúblicas americanas, acabadas de parir.

Desde siempre, y más en estas banana republics, para destacarse se ha requerido de un apoyo importante: un padrino, un mecenas, un político… Apareció, entonces el futuro presidente de Colombia, el mismo que desmembró después el terruño del poeta; el mismo que con sapiencia conservadora, dividió en feudos lo que era un Estado de grandeza histórica y llevó al joven bardo a su círculo de poder. Rafael Reyes, se llamaba; fue el encargado de volver aquilatado al versificador desconocido. En contacto con la administración pública se extravió entre poetas por momentos y se asombró con Silva, José Asunción, por la facilidad para rimar difícil, sin perder el sentido de la hipérbole. En mil ochocientos noventa y seis adquirió notoriedad nacional no como cantor de rimas sino como político púber, al entregar su voto a la tolerancia, en la Cámara de Representantes; después, cuando dejó de ser joven, también dejó de ser tolerante.  

Recorrió Europa por sus vericuetos culturales donde conoció la importancia de Weimar para Nietzsche como inmediato sitio de mortaja, cuando siempre fue su refugio desde la cuna hasta la senil locura. También, en su vejez, el poeta remedaría al teutón confundiendo la villa alemana con el Popayán despojado de su frustrada grandeza. Antes de dirigir las armas del exterminio en la “Guerra de los mil días”, ordenado por el presidente José Manuel Marroquín, el poeta lo fue, con sus “Poesías” y el preludio de “Ritos”; pero los bardos lectores no habían olvidado a José Asunción Silva ante quienes el novel vate era un intruso, solo aceptado por su condición de coqueto del poder, poder que acrecentó con sus cargos de ministro de hacienda, representante a la Cámara, gobernador del Cauca; posición ésta que alternó con su estado civil de hombre recién casado, en mil novecientos cuatro. Su poesía estaba enclaustrada en sus baúles mientras ascendía en la escala del poder político. Llegar a senador, ministro de guerra y potencial candidato presidencial fue una realización aprobada por los dioses de la fortuna, como también lo fue publicar en Clifton House, de Londres, su máxima creación: “Ritos”, cuando se agitaban en Europa vientos de guerra, en mil novecientos catorce.

El mundo poético se asombró con los primeros versos:

Dos lánguidos camellos, de elásticas cervices,

de verdes ojos claros y piel sedosa y rubia,

los cuellos recogidos, hinchadas las narices,

a grandes pasos miden un arenal de Nubia.

Mas tarde, con el advenimiento en Europa del primer Estado Socialista en mil novecientos diez y siete, el poeta quiso atenuar su agudo conservadurismo, pero aumentar la votación, con una transigencia hacia los liberales que simpatizaban con las ideas del conductor obrero, Lenín; esto le costó la presidencia de la república frente a Marco Fidel Suárez, el ultraconservador bendecido por la Iglesia Católica.

Hay un periodo de dolor por la partida imprevista de Josefina Muñoz, su esposa, ante quien dobló su sensibilidad con grafías de sonetos. Corrían los años veinte de una década trágica para el país, donde Valencia se apartó del protagonismo político al no aceptar el ministerio de gobierno del presidente, también ultragodo, Miguel Abadía Méndez; esta decisión lo protegió de dar explicaciones por la masacre de los obreros bananeros de Ciénaga (Magdalena).

Otra vez su poesía reposa en los baúles, mientras actúa en campaña presidencial contra dos contendientes con pergaminos políticos y militares; triunfa el político y quedan derrotados el militar y el poeta, dos antípodas humanos: la vida, que es poesía y la muerte, que encarna el militar. El político, Enrique Olaya Herrera, se acerca al bardo; es liberal, y quiere un humanismo en su gobierno, quiere un poeta. El maestro Valencia, rechaza el ofrecimiento; vuelve a recordar la Weimar  de Nietzsche y regresa a Popayán a manera de reposo definitivo.

Las calles de su infancia lo acogen como al hijo pródigo; la ciudad lo exalta como a un héroe olímpico, coronado de laurel por sus versos perfectos, plenos de modernismo; hasta Rubén Darío se inclina por la belleza de sus alejandrinos. Vuelven los amigos de bohemias aplazadas, viejos como él, artistas como él. La poesía se renueva en su arcaísmo próximo; se declama ante núbiles damas que la recogen para rejuvenecerla en largas jornadas de arte y erotismo.

 

Sumida entre la lóbrega cantera

de mi cerebro calcinado, pura

como el diamante en el carbón, fulgura

su faz como la vi por vez primera.

 

La ciudad vive porque su poeta vive.

El ocho de julio de mil novecientos cuarenta y tres, cuando estaba en el clímax la gran hecatombe, la destrucción bárbara de la vida rotulada con el eufemismo de segunda guerra mundial, Popayán empezaba a llegar a la mitad del siglo veinte con una trágica noticia, peor que la destrucción de Berlín por las bombas aéreas.

De la casa esquinera de la calle empedrada que da a la más larga construcción de argamasa, salió un hombre pálido gritando la gran tragedia, que se repitió como eco hiperbólico por todos los rincones de la asombrada villa:

¡Se murió el maestro Guillermo Valencia!

lunes, 23 de marzo de 2009

Comentario irreverente

Como es muy posible que este comentario no encuentre un medio de difusión masivo, lo publico aqui con la seguridad de que quien lo lea me dará la razón; caso contrario, que rechace mi apreciación, le quedaré agradecido si me sustenta su posición. Es muy conveniente para la dialéctica exponer argumentos sostenibles. 

JULIO NIETO BERNAL

 

El 2 de enero de 2009 se improvisó una tertulia en Radio Cadena Nacional para recordar a quien, en vida, se le otorgó el nombre de Julio Nieto Bernal, el máximo locutor de Colombia por la calidad de su voz, su exquisita cultura, su iniciativa innovadora que reñía con su talante conservador. Julio Nieto Bernal falleció el 31 de diciembre de 2008 de un paro cardiaco en Bogotá, la ciudad que lo vio crecer como santandereano recursivo y luego lo consagró como excelente comunicador; pero no le dejó ver el año 2009.

Julio, integró esa constelación de locutores que ubicaron a Colombia en el mundo como el país que mejor hablaba el español: sin acento, con magnífica dicción, con palabras precisas. De ese eximio grupo hicieron parte Alejandro Oramas, Otto Greiffestein, Juán Caballero, Jorge Antonio Vega, Baltazar Botero Jaramillo, Julián Ospina Mercado, José Alarcón Mejía, Eucario Bermúdez, Adolfo Blum Rojas, José Alarcón Leal, Fabio Becerra Ruíz… El Ministerio de Comunicaciones era exigente al otorgar la licencia de locución radial; mediante exámenes de cultura general, fonética aplicada y voz microfónica escogía a los mejores para el oficio. Por esa disposición legal se desarrolló una fama que trascendió las fronteras: los mejores locutores de La Voz de América, de la BBC de Londres, de la Radio y Televisión Francesa, eran colombianos.  Hoy es distinto; cualquier gossaín puede hablar por la radio, como locutor, implantando el mal gusto.

Volvamos a la tertulia improvisada que protagonizaron unos alumnos de Julio que -¡es una lástima!- no aprendieron que la cultura (entendida como el conocimiento que genera el respeto hacia nuestros semejantes) es el mejor apoyo para infundir autoridad en la voz.

 La falta de precisión en el decir se hizo palpable en una frase del señor Javier Ayala, quien realmente celebraba la reunión de los colegas de todos los medios, pero quedó así:

 “Estamos felices por la muerte de Julio”.

 Un periodista de kilates (por la plata que gana), el señor Darío Aristmendi, quiso hacer un elogio de la iniciativa de Julio Nieto Bernal para montar programas periodísticos pero le salió al revés, como un ludibrio:

 “Julio se inventó el colectivo traído de Argentina”.

 El homenaje tertuliesco a Julio, dio para comprobar que la telepatía ronda a los comunicadores que nos atormentan:

 Dijo Juan Gossaín:

 -Javier, ¿sabe qué estoy pensando?

 Respondió Javier Ayala:

 -Sí, Juan.

 

Nueva urbanidad

Entraron al pasillo, sala de espera de una dependencia universitaria, dos jóvenes, seguramente estudiantes. Pasaron de largo sin reparar en la presencia de un señor que, paciente, esperaba sentado la apertura de oficinas.

Después de un breve tiempo los jóvenes, al no encontrar la oficina que buscaban, se dirigieron al señor:

 -Señor, ¿nos puede indicar dónde queda la oficina de cultura?

-Yo no estoy aquí, señores.

-¿Cómo?

-No estoy aquí.

-Señor, no entendemos lo que nos quiere decir.

-Deben entenderlo por la sencilla lógica de que si ustedes entraron y no me determinaron con un “buenas tardes”, es porque no estoy aquí. 

lunes, 16 de marzo de 2009

Venerable edad

En una larga fila bancaria de jubilados en pos de una nueva mesada, a alguno de ellos se le cayó un papel al suelo. El septuagenario se demoró poco en agacharse y muchísimo en ponerse de pies después de recoger el documento. Viendo esta escena, otro de la fila de atrás le comentó a la cincuentona que tenía delante:

-Uno, a esa edad se le cae todo.

-Claro, ¿no ve que a esa edad la fuerza de gravedad de la tierra ejerce mayor atracción?

viernes, 13 de marzo de 2009

Horóscopo travieso

-¿Lees el horóscopo?

-Sí.

-¡Pero si eso es una pendejada!

-¿Sabes que no? La última vez que leí tu horóscopo decía: “Este año usted va a encontrar el gran amor de su vida; y es del mismo sexo”.

lunes, 9 de marzo de 2009

Verde, que te quiero verde

 

Ahora, que el equipo de fútbol Atlético Nacional, de Medellín, anda en el final de la tabla del campeonato colombiano, a Pablo Emilio Roldán se le ocurrió comentar con Gustavo Gómez, el compositor de piezas musicales, que a partir de la fecha su equipo verde no volvería a perder. Gustavo le dio la razón admirando e interrogando:

 

-¡Ah! ¡No me digás! ¿El Nacional se va a retirar del campeonato?

 

viernes, 6 de marzo de 2009

Otro loco.

-José María, te comunico, como novedad, que en nuestra familia Paz hay 18 locos.

-Serán 19 conmigo.

-No, vos ya estas contado.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Tiro del patojo Paredes

En Cali un ciudadano importante, pero pendejo, quiso pecar de gracioso frente al patojo Paredes preguntando:

 

-Ve, ¿es cierto que en Popayán los que no son poetas son maricas?

 

El patojo Paredes respondió al instante con otro cuestionamiento:

 

-¿Mirá ve, es cierto que en Cali no hay poetas?

 

lunes, 2 de marzo de 2009

La crédula y el ateo.

Voy a relatar algunos anécdotas que sucedieron cuando promocionaba mis libros entre conocidos y amigos. Lo hago para matizar esta actividad de escribir con puntos de vista afines y opuestos de donde necesariamente surge el humor. Aqui esta el primero:


-¿Cómo ha estado Dorisita?

-Pues bien, gracias a Dios.

-Le cuento que saqué mi segundo libro.

-Y yo le cuento que no he leído el primero; está como me lo vendió.

-Entonces, ni modos de ofrecerle el segundo.

-Soy mala lectora, solamente leo la Biblia.

-Sí, me acaba de confirmar que es mala lectora; si lee la Biblia  es imposible que me llegue a leer a mí.

-¿Y cómo va a ser usted más importante que Dios?

-Bueno, por lo menos yo existo.

-¡Uyhhh! Sí que es cansón hablar con ateos.