jueves, 26 de febrero de 2009

victor lopez erazo

Antes de leer el cuento El Padrino, cito las direcciones de mis otros blogs:

http://memoriasdeunhombrecomun.blogspot.com
http://lugarescomunespatojos.blogspot.com

El padrino

 

Seguramente te acuerdas de cuando el Padrino llegó a su oficina.  Te pusiste de pies cuando lo viste y el resto de la gente te remedó.  Miraste su mirada solvente, sentiste una acusación tácita por pretender un lugar en el clientelismo; pero, ¡qué va!, el hambre te ubicó en la antesala del Padrino quien, a manera de pitonisa, otea el futuro, desdibuja el pasado y otorga ilusiones indefinidas.

 

Habías estado cuatro horas atisbando su llegada, rodeado de agentes de seguridad agazapados en ruanas campesinas, de personas que te miraban como si vivieras en el primer piso del gallinero.

 

-Veamos, amigo, ¿qué se le ofrece?-.  Sentiste esa voz ronca, cansada de mandar, adornada con los tonos cascados de sus setenta años.  Le expusiste, con tímida sintaxis, tu problema de ciudadano arrinconado por la inacción del desempleo.

 

-Dígame su nombre-.

 

-Ubaldino Pajoi, doctor-.  (Craso error el de tus padres indígenas que no aceptaron la dote de honor de sus amos en apellidos con fingida descendencia española.)

 

-Tenga la seguridad de que haré lo posible por ayudarle, señor Pajoi-.

 

Sentiste un alivio en la boca del estómago; tu desesperación se esfumaría en la próxima orinada.  Fuiste hacia la esperanza y regresaste al pavimento.  Volviste al recorrido de formas Minerva, al desprecio de secretarias transitorias, a los letreros de NO HAY VACANTES.  POR FAVOR, NO INSISTA.  Volviste al frustrante eufemismo de país en desarrollo.  Volviste al Padrino que no se acordaba de ti, que no había movido un dedo por ti.

 

Seguramente ahora tienes respuestas para todas las preguntas.  Comprobaste que, como  tú, hay miles y, peor, millones.  Tu familia, después de pobre pasó a la miseria.

 

         Mejor continúa sediento, pisando la arena rocosa del desierto de Arizona.

lunes, 23 de febrero de 2009

Matemáticas para abogados


Este libro de cuentos cortos se acaba de editar. Se presentan 12 cuentos que abarcan una época extensa, desde 1968 hasta el 2008, en un contexto latinoamericano. La presentación del libro y un cuento breve se exponen a continuación.

Un cuento recrea una situación hipotética o una realidad hecha mito.  Un suceso real contado se eleva a imaginación desbordada; un hecho inventado y narrado es pura realidad.

 

En este breve libro hay de los dos y más: premonición casual.  No es un nuevo género, es una certeza de la imaginación apoyada con argumentos de política y ciencia social.  El lector sabrá comprobarlo.

 

La literatura es arte y, como tal, debe estar por encima de cualquier insinuación partidista de todo tipo; sin embargo, el arte denuncia, acusa, resuelve, soluciona y testimonia, con la autoridad de la irreverencia.  También es placer; el intelecto humano goza con el vaivén de las ideas adornadas con gráciles símbolos.

 

He aquí doce cuentos cortos, concebidos y escritos durante una época en que se adoctrina al escritor para que repita las tesis que masifican a los lectores.  Este libro intenta apartarse de ese camino. 

                                                                                

V. L. E.


La emigrante

 

Esa noche apareció ante mí, sin la prevención de encontrarme.  Se despidió por accidente, por necesidad de responder a las costumbres adquiridas, tal vez por educación.  Para ella era igual viajar a San Andrés, Chiquinquirá o Nueva York.  Quería demostrar lo estrecho de mi mundo con sus comentarios de atrevida impertinencia donde lugares exóticos configuraban su itinerario, muchos desconocidos por mí.  Ya era natural exagerar sus relaciones sociales adquiridas en playas de fin de semana.  Cualquier cantidad de hombres había cruzado su camino y seguramente uno de ellos, sin dificultad, logró encaramarla en el súbito viaje.  Otros le habrían petrificado el cerebro hasta convertirla en maniquí sexual.  No era hermosa, pero sí solícita con sus leves encantos.  Después de unos cruces de palabra acomodados para el acontecimiento, tomó el primer taxi, avanzó calle arriba en dirección a la luna llena y se perdió tras la penumbra de plata.

 

El tiempo fue desgranando uno a uno los recuerdos, desde que llegó como una simple ocasión de mujer con quien probé las delicias de la infidelidad.  El amor, perdido entre la rutina de un horario de empleado oficial, la televisión y las cobijas de hogar, reapareció como síntoma de juventud renovada.  Aprecié mejor el color de las flores, el sentido de las canciones viejas, el dolor de la espera, y todas las palabras cursis se volvieron importantes: te quiero, eres divina, nunca te olvidaré... Empecé a ser buen esposo y padre por obligación y fogoso amante por devoción.  Descubrí la importancia de una taberna oscura, la necesidad del anonimato bajo los destellos de una discoteca, la tibieza de una cama de motel recién desocupada, la obligatoriedad de una mentira en cada amanecer.  Su risita, explosiva intermitencia de dolor placentero, fue el mejor estímulo para mis osadas faenas de viril animal.  En los escasos minutos de un tiempo robado a las apariencias aprendió conmigo las ventajas del amor clandestino y rápidamente maduró su condición de mujer amante.  Se transformó.  Desbordó el límite impuesto por mis deseos.  Los hombres la asediaban hasta impúdicamente; le miraban cada pliegue de su piel desnuda adivinando su oculta lujuria.  Aceptó galanteos aún delante de mí y se extravió en el tiempo que duró el celoso ardor de mis vísceras.

 

Volví junto a mi esposa, quien recomenzó a disfrutar mi rabiosa vitalidad, sin condiciones ni reproches.  Vino luego el remanso de los cincuenta años y el olvido del pasado inmediato.  La aventura vivida fue una oportunidad de aceptar el sendero de la vejez: no podía retener a esa mujer.

 

Fue entonces cuando descubrí que había dejado de ser un hombre atractivo, por quien las mujeres no volvían la mirada ni siquiera para acusarme de vivir.  Ella -esa mujer efímera- tenía al frente la frescura de sus años jóvenes, suficiente argumento para inventar nuevas conquistas de amor y oportunidad de placer; yo, en cambio, oteaba la inexorable curva declinante.  Bajo estas circunstancias, decidí resignar mi anacrónico deseo por aquella mujer.

 

Cuando empezaba a desdibujarse en el recuerdo, se despidió para subirse a un taxi que iba tras la luna.  Dicen que viajó a Nueva York y yo lo creo, porque alcanzó a decir con absoluta seguridad de herirme que yo nunca iría adonde ella iba.  Ausente, durante el tiempo en que mi soledad dejó de tener la compañía de los cincuenta y cinco años, mis ojos se empañaron, el mundo se arrugó bajo mi tacto; los meses y los años se acumularon en sucesivos almanaques hasta hoy, cuando he recibido una tarjeta postal con letra irregular:

 

“Me he resignado a la idea de saber que las rejas de esta cárcel son tus brazos  fríos y lejanos”.

domingo, 22 de febrero de 2009

Autor colombiano (payanés) de libros de humor.

Víctor López Erazo nació en Popayán hace años, que no se dicen porque se nota.  Escribe desde que una vez el profesor Gerardo Mera Velasco (año 1962) le pidió un texto de español en la Escuela Nocturna Departamental de Obreros y se lo rechazó, porque “seguro se lo había escrito el papá”.  ¡Pobre papá!; escasamente sabía leer.  En el Liceo Nacional de Varones (año 1968) sacó una publicación literaria que se llamaba Reflector, que contó con lectores eminentes como el rector Albert Hartmann; Eliécer Lacera, profesor de química; Héctor Cárdenas, presbítero; quienes manifestaron que preferían leer los versículos sagrados y no esas herejías que escribían Guillermo Borrero, Víctor Paz Otero, Alfredo Casas, Adolfo Vera, José Ramón Burgos, Carmen Eugenia Ruano, Cristian Muñoz, Luis Felipe Cadena, Jesús Astaíza y otros no menos reconocidos hasta por las Luisas de Marillac.  En el Liceo tuvo buenos profesores de español como “Carediablo”, Álvaro Cajas y el negro “Juancho”, pero excelentes catedráticos de matemáticas como Carlos  Silva, Luis Salazar (“El tuso”) y “Mandril”, que le hicieron desviar su interés hacia la Ingeniería Electrónica.  Además, en nuestro medio es mucho más fácil que un escritor se muera de hambre; en cambio, ningún ingeniero la pasa mal.

 

Prestó servicio militar en el Departamento del Tolima y conoció a Armero cuando era tierra de frutas y de mujeres casamenteras; por poco se queda.  Fue locutor de Caracol en la década de 1970-1980; con su voz levantaba novias y con su presencia las dispersaba; las damas siempre creían que era gordo y con plata, pero llegaban a la triste conclusión de que un tipo así sólo servía para mantenerlo.

 

Se graduó como Ingeniero en Electrónica y Telecomunicaciones en 1978 (¡Diablos!, ¡cuánto hace!) en la Universidad del Cauca, y para comprobar que un ingeniero nunca se vara, ingresó a Telecom.  Dirigió, en todo el Departamento del Cauca, el cambio de magnetos por teléfonos automáticos; las líneas físicas por los sistemas de transmisión por radio; las clavijas por el teclado digital.  Mejor dicho, en 22 años hasta los telegramas se acabaron y le tocó que “jalarle” a la Internet para que no lo jubilaran.  Pero el tiempo es inexorable…  Un gerente -creo que fue Tulio Mosquera- dijo que se estaba desperdiciando a un escritor y ordenó su jubilación para que se dedicara a rajar del prójimo con estilo patojo; además, en Telecom ya no necesitaban ingenieros sino panteoneros.

 

Jubilado, no le quedó otra que volver a escribir.  Recopiló sus cuentos dispersos en un libro inédito (ya no lo es) que se llama Matemáticas para abogados.  Escribió Memorias de un hombre común, un libro agotado en Popayán porque lo compra uno y lo leen cuatro; libro que no publicó Santillana porque el humor de Tola y Maruja es mejor… lambón del régimen.

Este es el autor; para que vean que no es cualquier zoquete.