El Sena (Servicio Nacional de aprendizaje) es una institución educativa de influencia francesa; es un ejemplo de cómo se debe aprender: se empieza con la teoría, se llega de inmediato a la práctica, y se refuerza la teoría después de los resultados en ciclos con permanentes reiteraciones. Como es una forma de preparar ciudadanos para la acción diaria, en corto plazo el gobierno de la opinión cederá esta institución, como un regalo, a quienes han triplicado sus fortunas en el presente doble cuatrenio: los grandes empresarios privados (cacaos). Tendremos entonces una entidad distinta: los estudiantes pobres deberán pagar para aprender y laborar gratis en las empresas propietarias del Sena.
Ya se está haciendo el camino hacia ese desdichado momento.
Veamos un pequeño aspecto con dos visiones: al estudiante de gastronomía lo ejercitan en la preparación de platos internacionales; no conoce la cocina regional o local que engrandezca esa riqueza de cada pueblo que es fundamental en el desarrollo del turismo, ese sí internacional. Un turista inglés no viene a Colombia a pasear por estos paisajes de ensueño y comer lo mismo que se consigue por los lados del palacio de Buckingham; es mayor su placer si degusta la comida, bien preparada, propia del lugar visitado.
Hace unos días una compañera de trabajo, ingeniera electrónica, arrinconada con sus hijas en el hogar por haber traspasado los ingratos treinta y cinco años, quien pretendía desde su nicho familiar superar sus conocimientos de culinaria que le permitieran, tal vez, montar un modesto restaurante en la antesala de su casa, se metió a la página web del Sena para recibir la instrucción de unos cursos virtuales de cocina. A la web del Sena entró, pero cuando quiso hacerlo al área de instrucción, salió un aviso insolente que decía: “Es para jóvenes emprendedores.”
Claro, con la filosofía desafiante de país subdesarrollado, que acata el Sena, los jóvenes emprendedores son todos menores de treinta y cinco años. Los de más arriba ya no son emprendedores. Los viejos, superiores a cincuenta, ni se diga, sólo tienen derecho a lástima. ¿Qué dirán los japoneses cuyas empresas exitosas son dirigidas por sexagenarios? En Colombia esos viejos japoneses estarían debajo del puente, en los semáforos o en un asilo, si tienen con qué.
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