Alberto Mosquera tenía una finca por los lados de “Los dos brazos”, sector rural de Popayán, donde asistían amigos parranderos y amigas contratadas para que hicieran lo mismo que Eva en el paraíso pero a la vista de todos. La finca tenía un nombre muy sugestivo: “El Vaticano”.
Por esas circunstancias imprevistas, cualquier domingo se apareció el presbítero consistorial de la Arquidiócesis en “El Vaticano”, quien de inmediato ordenó a Alberto cambiarle el nombre a la finca, de lo contrario sería severamente castigado con la excomunión para lavar el insulto al Estado que representa a Dios en la tierra.
Alberto, sumiso, obedeció.
Con el paso de los días, volvió el presbítero consistorial y comprobó que el nombre de la finca había sido cambiado, ahora se llamaba
“Castel Gandolfo”.
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