martes, 3 de noviembre de 2009

¿Colombia, una nación?

Colombia no es una nación. Es cierto que tiene un territorio, una lengua y una religión, principales y un gobierno; estas son las razones que indican la existencia de un país y, por la estructura jurídica, llega a ser Estado. También podemos decir, como los españoles, que “patria es dónde uno nace”. Pero no es nación porque carece de una unidad incluyente de propósitos de sus asociados. Los costeños son excluyentes, igual los paisas y peor los cachacos; los andinos del sur casi no cuentan; los llaneros parecen de otro país. Los negros se discriminan y discriminan a los demás; los indios programan marchas (ahora las llaman mingas) para defender sus derechos, sólo sus derechos; los campesinos, igual se sienten agredidos y responden excluyendo a los otros. Ninguno de estos sectores se integra a la nacionalidad porque el propósito es egoísta y no comunitario.
Integrarse a una nacionalidad no quiere decir renunciar a su cultura distintiva como etnia o región; quiere decir, contribuir con ese valor a fortalecer una nación, fijar una máxima identidad de propósito que sea la distinción, en este caso de la nación colombiana y si se pretende más ambiciosa, latinoamericana.
El pueblo Judío era nación aún antes de tener territorio y lo sigue siendo, así haya alcanzado la categoría de Estado. ¿Qué hace que el pueblo Judío sea nación? Su unidad. A pesar de la diferencia de razas y costumbres hay una identidad máxima: su solidaridad y la comunión en sus creencias. Los judíos antes que una raza, son una nación por encima de menores diferencias.
En nuestro caso, las diferencias menores nos dividen y se vuelven irreconciliables. En el exterior es donde mejor se aprecia esa actuación egoísta de los colombianos: no se ayudan, desdeñan la solidaridad y antes bien, contribuyen a la desgracia del paisano. Es como si se deseara el mal del otro para destacar el éxito propio. Estas actitudes negativas conducen a juzgar por regiones o por razas un comportamiento individual. Y ya en el país, es un dogma señalar los defectos que caracterizan a determinada región o raza.  

Un aspecto deportivo indica nuestra forma de ser: nos destacamos en deportes individuales, fracasamos en deportes de conjunto. En el fútbol, luego de ser eliminada la Selección Colombia en el Campeonato Mundial de Estados Unidos, entrevistaron al jugador Freddy Rincón; cuando le preguntaron sobre el desastre deportivo, dijo: “No se por qué, pero esta vez le fue mal a la Selección.” A la pregunta: ¿Y a usted como le fue? De inmediato contestó: “A mi me fue bien, gracias a Dios.” Sí, la selección de fútbol, tiene buenos jugadores individualmente considerados; en sentido colectivo dan pena, cada uno quiere destacarse por encima de los demás. Recientemente una selección juvenil empezó jugando bien y con triunfo; lo hacía como equipo. Bastó que los empresarios internacionales se interesaran por determinado jugador para que, en los siguientes partidos, el grupo dejara de serlo y apareció el individualismo que sepultó las aspiraciones de una representación nacional. Ahí está el germen de las sucesivas eliminaciones de torneos de envergadura. En el fútbol se juega tal como es el país: todos tiran para distinto lado.

Colombia debe integrarse alrededor de un mismo y trascendental propósito si quiere ser nación. Es necesario portar un estandarte que todos lo miren y se sientan orgullosos de representar ya no a su país, sino a su nación. Aquí, necesariamente debemos acudir a la política. Es necesario hacer un gran acuerdo de nacionalidad, que mediante un Estado nuevo, se logre incluir a todos, en los beneficios, derechos y deberes, y cuyo único requisito sea el ser colombiano. Esto quiere decir que las leyes y los beneficios que se derivan de su aplicación, sean por igual para todos y no para unos pocos; y que de verdad se cumpla.
Sólo falta ver cuándo se llega a ese Gran Acuerdo Nacional; depende de los propios asociados.


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