viernes, 19 de marzo de 2010

Xobi

El dolor más agudo de un ser humano lo sentí por Xobi.
Verlo, ese 15 de marzo de 2010, envuelto en una bolsa plástica blanca hasta la mitad, con su larga cola, sus patas perfectas, su dorada piel sedosa y su inmovilidad letal, me llevó a una tristeza aguda. Estaba muerto. Su forma de colocarlo, decía que fue atropellado por un vehículo y destrozada su cabeza. No quise verlo en su totalidad, no lo habría soportado; a los amigos hay que tenerlos presentes, vivos.
Recordaba la última vez que estuvo en mi casa con su cara linda, de grandes mandíbulas, orejas pequeñas, ojos achinados y una felicidad manifestada por el constante batir de cola. Yo quería a ese perro; hice lo posible para que se quedara en mi casa, pero después de que sus amos viajaron, se volvió callejero. Estaba un tiempo conmigo y los vecinos, y desaparecía; volvía a media noche hambriento y me levantaba para alimentarlo.
Fue “El buey”, un viejo grande de la cuadra, que le enseñó el camino al centro de la ciudad. Xobi acompañaba a “El buey” en todos sus desplazamientos pero éste siempre caminaba a la ciudad. Xobi aprendió a esquivar los carros, a escapar de una agresión humana o canina. Tenía buen porte y elegancia para caminar. Era un perro bello. En el vecindario todos lo queríamos como si fuera parte de nuestra cotidianidad; acompañaba a los niños a todos los paseos y a los vecinos a sus compras de supermercado. Xobi sabía que no lo dejaban entrar a esos grandes almacenes y con disciplina se quedaba afuera hasta que salían los acompañantes.
Al otro día de su muerte apareció en el periódico local. Una foto de Xobi en un basurero frente a la iglesia de Santo Domingo, en la bolsa blanca, decía que no fue un perro cualquiera, que tenía el valor de la amistad, la fidelidad por quienes lo quisieran, la nobleza por quienes lo maltrataran, que fue víctima de la brutalidad humana, que amó a los humanos con amor animal y que los humanos le segaron la vida con desprecio. Al pie de la foto el periodista decía, como si lo conociera: “Junto a la basura y sin un doliente, terminó la vida de un canino que días antes pudo haber sido la mascota de un pequeño o la compañía de un adulto”. Sí, Xobi fue la mascota de todos los niños y la compañía de todos los vecinos de la cuadra. El quería la absoluta libertad, por eso no lo amarrábamos; pero esa libertad no fue correspondida por otros humanos que le propiciaron la muerte. Esos otros humanos creen que un perro en la calle merece morir; de la misma forma como se ha establecido que un hombre de la calle es desechable.
Todos los vecinos esperábamos a Xobi para ir de paseo; nunca volvió. Cuando lo vimos en esa foto macabra, lloramos al amigo, unos abiertamente, otros tapándonos la cara como si tuviéramos pena de nuestro dolor. 

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