La sociedad que crea a los delincuentes es la misma que los destruye.
Si una sociedad se ha construido sobre la base del poder de la propiedad que es el equivalente al poder de la riqueza, habrá necesariamente asociados que intentarán alcanzar ese poder. Quienes lo adquieren por medios lícitos (los que dicta la ley, creada por esa sociedad) serán seres de éxito, así desborden otras leyes menores (como por ejemplo la legítima defensa de la propiedad que causa bajas o asesinatos encubiertos). Las bajas (muertos o encarcelados) de que hablamos, son los delincuentes que intentan hacer lo mismo que los que quieren el poder por medios lícitos, sólo que apelan a medios fuera de esa ley. Una sociedad así constituida crea propietarios (seres con poder) y delincuentes (seres que aspiran a ese poder).
En las películas gringas lo vemos; el argumento es reiterativo:
El héroe, generalmente negro o latino, es el mismo que al final de la acción salva el dinero robado por otros igual a él y lo reintegra a sus legítimos dueños: los señores del capital. El héroe sigue siendo pobre, hipotecado, endeudado, pero honrado; generalmente con familia e hijos pequeños, como tiene que ser un héroe. Los ricos, también siguen siendo ricos. Y todos tan felices.
La sociedad que crea a los terroristas es la misma que los destruye.
Una sociedad, que apela a la fuerza para imponer una forma de vida a sus asociados, conduce a una reacción igual pero contraria de éstos. Si esa sociedad tiene medios coercitivos para imponer su ideología sobre sus asociados u otras comunidades, tanto los asociados como esas comunidades crearán medios opuestos para defenderse de la agresión. Aquí aparecen los terroristas, los que utilizan la fuerza (precaria, que quiere decir no convencional) a su favor. Quien los califica o sindica y siempre condena, es el mismo (Estado, nación o conglomerado) que detenta un poder superior.
También lo vemos en el cine gringo:
Aquí opera la lógica al revés. Los héroes son tipo “Rambo” o “Terminator”, hombres de gran estatura y músculos prominentes, rubios, poderosos, de tipo anglosajón; los terroristas son asiáticos, árabes o latinos, insignificantes, por quienes el espectador se forma la idea de que es conveniente que mueran y mejor, si es lenta y trágicamente. Es necesario el escarmiento. Previamente, la película ha mostrado los argumentos para conducir al cineasta a esta conclusión.
El cine tiene una fuerte carga ideológica y se utiliza para imponer un patrón de vida o una política. El espectador pasivo asimila esa enseñanza sin cuestionamiento; el activo y pensante abandona la sala de proyección. Por eso el cine hecho con arte no prospera en un escenario comercial que ejecuta a la perfección dos misiones: vender y engañar.
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