Alguna vez se juntaron los cantantes Pedro Vargas, “El tenor de las Américas”, y Beny Moré, “El bárbaro del ritmo”, para grabar juntos los boleros de moda de los años cincuenta. Pedro, como hijo de las academias, llevó su atril con las partituras; Beny, apareció con su voz y su oído. Cuando Pedro Vargas lo vio despojado de todo artilugio le preguntó:
-Bueno, ¿y cómo hacemos para ponernos de acuerdo?
Beny respondió:
-Usted arranque maestro que yo lo sigo.
Beny Moré era un músico nato: sabía todas las notas, todos los tiempos y todos los silencios; y no había pasado por una academia. Debe recordarse que esta grabación fue un triunfo continental.
En Colombia, tal vez el mejor compositor de música popular y el más reconocido internacionalmente, autor de “Mi cafetal”, de “Yo no olvido el año viejo” y muchas que se atribuyeron otros compositores, fue Cresencio Salcedo; nunca estudió música, no lo necesitaba, sin embargo murió pobre y hasta de hambre, despreciado por quienes hicieron fortuna con sus composiciones. Claro, esto sucede sólo en Colombia, porque en México otro artista de la misma estatura de Cresencio, igual de negado para las academias, que componía con un silbidito, murió rico y llorado por sus amigos artistas en un desfile de héroe. Ese era José Alfredo Jiménez.
Colombia es tierra fértil para el surgimiento de artistas de la música pero con el trajinar por la supervivencia se pierden: los buses y las sórdidas tabernas son la antesala de su mortaja. Los que triunfan, nacieron en cunas doradas o por lo menos plateadas; estos tienen todas las ventajas y, a veces, talento común que se suple con el dinero de la publicidad.
Los llamados Conservatorios se instituyeron para acoger a los artistas prodigiosos que detestan el estudio sistemático, que quieren producir a partir de su genio; sin embargo aquí, en nuestro medio le tergiversaron su filosofía y ahora tienen cabida los futuros licenciados en música que deben presentar exámenes, tareas y monografías. Los artistas natos no son así. Ellos ya tienen el conocimiento artístico, debe dárseles las condiciones para que desarrollen su aptitud, para que sean creadores, para estimular su talento.
Tal vez el único Conservatorio que mantiene esa finalidad es el de Ibagué, Tolima; los jóvenes músicos tienen aquí el refugio para cumplir sus sueños, de ahí que podamos decir que aún no todo está perdido para la música colombiana. A los otros conservatorios convendría replantearles el nombre.
Que en el pasado hubieran claudicado artistas de valor y que su obra fuera reconocida tardíamente encima del ataúd sirve a la literatura, no a un país que debe estar entronizado en la modernidad. Un país que descuida a sus artistas es un país condenado a la violencia ignara; un país que desprecia el arte es un país que merece desprecio.
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