El buen gusto se adquiere. Además de la inteligencia para percibir y asimilar la estética, es necesaria la adaptación a ella como una forma de vivir en armonía. La estética –esa ciencia que nos permite apreciar la belleza y la armonía de lo bello– se adquiere con la primera formación, en el terruño donde se nace, y luego con el contraste con otras culturas que permita valorar el arte en su libre dimensión. El campesino de una lejana parcela tiene la formación de la naturaleza pero le falta la confrontación; por eso su vivienda es práctica, pero fea; sus caminos agrestes, pero horribles. Cuando ese campesino sale a otros lares construidos con diferentes elementos estéticos, se sorprende; si su inteligencia le ayuda, los asimila para transformarlos en su entorno, caso contrario no pasa de la sorpresa.
En Popayán, ciudad de tipo europeo español, los proyectos urbanos ahora los hacen los costeños del norte, cuyos caseríos y ciudades son descuajaringados, o bogotanos, que no conocen La Candelaria, que escasamente saben que el concreto sirve para pegar y se aprovechan de un alcalde que tiene buena voluntad, buenas intenciones, pero pésimo gusto. A mi no me vengan a convencer de que Cartagena es bonita; bonito es el corralito de piedra, la pequeña ciudad amurallada, que los costeños eficientemente la están afeando con vehículos de combustión y motocicletas en tracalada, lo demás es desorden moderno rodeado de tugurios y pobreza. Y estos costeños, cuyas pequeñas poblaciones no conocen el pavimento ni las alcantarillas, son los mismos que viene a enseñarnos como hacer una ciudad amable.
Veamos sus últimos proyectos: Un parque Caldas que es parque y plaza, que era amplio y amigable con los adoquines y totalmente peatonalizado, ahora lo contaminaron con unos apliques en poste que es el peor sostén para unas luminarias. No se dieron cuenta de que el parque ya poseía unas bellas lámparas francesas, convenientemente mimetizadas, que sólo necesitaban habilitarlas para iluminar el entorno del parque. Y no me vengan con que no es posible ponerlas a funcionar; hoy con toda la técnica moderna, todo es posible, hasta dar a luz a mayores de cincuenta. Tampoco se dieron cuenta de que hace años la ciudad eliminó los postes por antiestéticos y que es, entre otras trascendentes, una característica que gusta a nuestros visitantes. Popayán no tiene postes, ni avisos, ni cuerdas de energía, por eso su vista del entorno es bellísima. Pero el alcalde no objetó, porque él no conoce a Popayán; seguramente en Mercaderes esas luminarias sí serían fantásticas; harían juego con los árboles talados.
El puente deprimido se proyectó para agilizar el tránsito por la autopista de norte a sur y a la inversa. Pues bien, tan malo es el diseño que trasladó los semáforos de la diez y siete a la calle novena sobre la misma vía rápida, donde también se aposentó el trancón. No hay manera de girar hacia la izquierda para quien transita la moderna depresión, ni pasar de oriente a occidente sin los inconvenientes trancones. No tuvieron en cuenta la utilización de la avenida de El Cadillal para cruzar de oriente a occidente; ahora es una vía muerta. Los puentes modernos cuentan con orejas de desborde, este es el único puente moderno sin orejas, en eso nos distinguimos.
El alcalde nuestro es médico y prometió enderezar la ciudad; pero si seguimos así nos va a dar un infarto y de esto tiene la culpa el médico.