domingo, 9 de mayo de 2010

Oficios que ennoblecen, profesiones que envilecen.

Hay oficios que no tienen reconocimiento. Nunca fueron profesiones, ni lo serán, porque no se pide como requisito, ni se necesita, de un pensum universitario para ejercerlos. Como cualquiera hace esos oficios, pues cualquiera no es profesional; quien los ejecuta, se cansa más que albañil viejo o mensajero cojo y ni así se consideran actividades dignas de enmarcar en un diploma de cualquier institución de enseñanza de garaje.
Veamos dos:
En una entrevista para un cargo público de leve importancia le preguntan a una señora de próximos treinta y cinco años de edad:
-¿Cuál es su profesión, señora?-.
-Ama de casa-.
-Mejor dicho, no hace nada-.
-Nada. Sólo cocinar, lavar ropa, planchar, barrer, trapear, tender las camas, bañar a los niños, llevarlos al colegio, sacar de paseo al perro, atender visitas indeseables, hacer mandados, contestar al teléfono, arreglar la mesa, limpiar el polvo, sacudir las telarañas, sacar la basura, organizar el ropero, ayudarle en las tareas a mis hijos, espantar evangélicos, aguantar las tardanzas de mi marido, pagar los servicios, apagar la televisión, recoger el desorden de mi marido y otras afines. En tres palabras: administrar el hogar.

En México, un agente editorial fue a la casa de Gabriel García Márquez, cuando aún no era el autor de “Cien años de soledad”, y le preguntó al hijo menor:
-¿Está el señor García Márquez?-.
-Sí señor, sí está-.
-¿Está ocupado?-.
-No señor, siga. Sólo está escribiendo-.

Hasta el hijo del Nóbel sabía lo que ya saben las universidades: escribir no es profesión. De ahí que las universidades nunca gradúan a alguien de escritor; escasamente los títulos resaltan la condición de Licenciado en letras, Licenciado en literatura, Licenciado en artes y letras, licenciado en filosofía y letras, y faltaría uno que dijera Licenciado en letras y oficios varios.

Sin embargo la humanidad practica el eufemismo. A una mujer que manifiesta –en cantidad abrumadora– disposición, necesidad económica o simple placer, le dicen que ejerce la profesión más antigua del mundo. Debe ser por los altos emolumentos.

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