Se celebró el día del educador, en Colombia. En la radio local entrevistaban a un conocido maestro con casi veinte años de actividad. Decía que la educación, antes, era un derecho y ahora es un servicio y, como todo servicio, las relaciones económicas con el Estado son diferentes. Cuando era un derecho –bajo la política liberal social–, el Estado tenía la obligación de subsidiar la educación pública; de ahí que siempre hubiera colegios y universidades destacados por su excelencia académica sin temor a la bancarrota. Ahora, cuando es un servicio –según el régimen del neoliberalismo antisocial, desde César Gaviria hasta nuestros días–, la educación debe pagarse según la calidad de ese servicio; entonces observamos un círculo vicioso: la educación, conforme los nuevos métodos de medida –una vaina que se llama ISO no se qué, que se aplica a las empresas-, no es de buena calidad, luego su paga se reduce; al ser menor el costo de sostenimiento, sigue deteriorándose la calidad de esa educación, hasta su final extinción.
El profesor destacaba la pérdida de garantías laborales de los educadores al ser tratados como partes de un servicio que se trastocó en un negocio, vale decir, trabajadores asalariados, despojados de todo humanismo, que deben producir bachilleres o profesionales como se producen chorizos en cadena. Hasta aquí todo bien, estamos con las observaciones del profesor.
El verdadero fondo de la discusión apareció cuando le preguntaron: ¿Qué hacer?
El educador, después de hilvanar un recuento de las causas del deterioro de la educación en los estudiantes y los profesores, atinó a plantear: seguir en la lucha reivindicativa. Aquí, entonces, aparece un sometimiento, reflejo de la impotencia política. El eminente educador hizo un planteamiento político sobre la educación en Colombia, pero a la hora de citar soluciones se apartó de la política. Está claro que la educación, la salud, la vivienda, el bienestar…, son temas que atañen a la comunidad y por tanto son políticos. La solución es cambiar de política. El educador nunca citó esta posible solución. Nada hacen los educadores reclamando unas reivindicaciones que están lejos de concederse por la concepción política que nos rige: el neoliberalismo, extrema derecha del capitalismo. En cambio, si se adopta una nueva política, donde el individuo sea el Ser Universal, digno de vivir en este planeta, donde la comunidad sea lo más importante, donde la felicidad sea un derecho, donde no haya espacio para las armas, las guerras y los negocios, seguro, los problemas a resolver serían otros, seguramente científicos, probablemente filosóficos, tal vez poéticos, tal vez...
Algunos profesores calificarán estas reflexiones como utopía; convendría recordarles que en el siglo XVIII era utópico el devenir ciudadano sin reyes, hasta que los descabezaron.
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