Daniel, propietario de una finca en tierra caliente iba con suficiente comida para el fin de semana y pasó por la ciénaga de su propiedad. Oyó voces femeninas, se acercó y comprobó que había tres damas jóvenes, desnudas, bañándose tranquilas con la seguridad de no ser observadas. Cuando vieron a Daniel de inmediato se metieron al agua hasta el punto que les llegaba al cuello. Y le gritaron molestas:
-¡Señor! Si usted no se va, nosotras nos quedaremos aquí.
Daniel, relajado, parsimonioso, se sentó como dispuesto a ver un espectáculo único y respondió:
-Les advierto señoritas que yo no tengo ningún afán. Sólo vine a darle de comer al cocodrilo.
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