sábado, 6 de febrero de 2010

Miami, barrio de Cuba.

Guillermo Muñoz Velásquez, quien por su aspecto gringo viaja con frecuencia a Estados Unidos, apenas lo ven los agentes de inmigración (negros o latinos) no le piden visa, escasamente el pasaporte para comprobar, por la foto, que es sajón del norte de Alemania, más colorado que la papa de Totoró, Cauca. Pero no hay tal, es tan colombiano como la mazamorra de maíz pilao. Guillermo, me contaba lo siguiente:
“Iba en bus urbano y me dirigí a una señora para preguntarle dónde me bajaba que me quedara cerca a la clínica Juan XXIII.
La señora resultó cubana y me dijo algo no muy claro; las demás personas también me orientaron con indicaciones ininteligibles para mí; igual eran cubanos. Después de un rato todos los pasajeros hablaban al mismo tiempo para señalarme el sitio en acento cubano, de donde sólo rescataba las palabras colombiano, chico y Barranquilla. En definitiva, no sabía dónde bajarme hasta cuando paró el bus y el conductor me indicó, con la mano, que allí era. Me bajé, le di las gracias. No le entendí lo que me dijo porque también era cubano”.

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