domingo, 14 de febrero de 2010

Lo que enseña La Revolución Francesa.

Del libro “El rostro de la multitud” del historiador George Rudé, extraemos el modelo de estudio de las revoluciones (no separadas, no generales, sino una composición de las dos). “Este es el modelo de Lenín, que requiere cuatro desarrollos donde el cuarto es el más definitivo:
-Una crisis entre la clase dirigente.
-Una aguda fase en el sufrimiento y el resentimiento del pueblo.
-Una actividad política cada vez mayor por parte de los grupos disidentes, tanto si pertenecen a la clase dirigente como si no.
-El factor “subjetivo” o humano de la clase revolucionaria para tomar medidas revolucionarias en masa, lo suficientemente fuertes como para quebrantar (o disolver) el antiguo gobierno, que no cae nunca –ni siquiera en periodos de crisis– a no ser que sea derrocado. Quiere decir un enfoque alternativo de liderazgo que quisiera y pudiera asumir el poder.

Tomando como modelo La Revolución Francesa y mirando donde las ciudades fueron determinantes para que ocurriera la revolución como Rennes, Dijon, Grenoble y París, nos ubicamos en Dijon. Aquí se puede trazar el desarrollo de tal mentalidad señalada en el cuarto punto anterior a partir de cuatro niveles:
-El primero. Nivel preliminar “inherente” a los motines por el pan de 1775, exentos de cualquier intrusión política externa.
-Segundo. Un punto de politización elemental en la adopción de la consigna “¡Vive le Parlement!”, (lo mismo que en París) que comenzó hacia 1784 y continuó hasta 1788.
-Tercero. En el año 1788, una identificación más cercana al Parlement en su desafío al “despotismo” real, una creciente crisis de conciencia y la primera asimilación de las ideas “filosóficas”.
-Cuarto. Una unión de pueblo y burguesía contra la aristocracia y la monarquía absoluta (invirtiendo, por tanto, la vieja asociación aristocrática-popular) en el verano de 1789”.

Agreguemos, para finalizar, que como detonante de la crisis económica, que condujo a esa etapa final del comienzo de La Revolución Francesa, que afectó a los agricultores y más tarde a los industriales,  fue la irrupción de  “la desocupación, que ya estaba acentuándose a causa de un tratado de “libre comercio” firmado con Gran Bretaña en 1786, llegó a alcanzar proporciones desastrosas para París y los centros textiles de Lyon y el norte”. (La Revolución Francesa, George Rudé, 2004. Pág. 26)

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