Hubo en Colombia una época brillante de las artes plásticas. Se situó entre 1960 y 1970. ¿Por qué ocurrió ese esplendor? Creemos que uno de los principales factores fue la crítica seria que impuso Marta Traba.
“Ella, desde la década de los sesenta, fue abriendo los caminos del "boom". Demostró cómo Alejandro Obregón inició la historia de la abstracción verdadera, explicó la deformación de Fernando Botero, explicó la dimensión de artistas extranjeros como Leopoldo Richter y Guillermo Videmann..., resumió la geometría de Eduardo Ramírez Villamizar yEdgar Negret y se comprometió con la anarquía de Feliza Bursztyn o el dramatismo de Antonio Roda. En la década de los setenta asumió el mundo del arte pop y del arte conceptual. Cada época era para ella una generación que asumía la modernidad como lo que era: testigos de su historia”.
Aún hoy, Colombia es respetada por sus artistas plásticos que emergieron de esos tiempos. Haciendo una retrospección, antes de 1960 el arte en Colombia era anquilosado, retrógrado; le faltaba alma y visión de lo moderno. Fue la crítica, asumida por Marta Traba, que lo hizo despertar.
Hoy, las artes plásticas en Colombia están ausentes de crítica; para saber de nuestros artistas hay una vía fácil y pueril: nos queda acudir a las páginas sociales de los periódicos y las revistas.
En México, en el presente, proliferan los buenos escritores. No solamente podemos referirnos a un Carlos Fuentes o un Octavio Paz, están los de ahora: Sergio Pitol, Ignacio Padilla, Álvaro Uribe, Xavier Velasco, Melba Flores, Teddy López... ¿Por qué este auge de las letras mexicanas? La respuesta la tiene Christopher Domínguez, crítico fino, exigente, ordenado, que ha hecho una escuela de la crítica literaria, que dice sin tapujos lo que está mal escrito, porque modela la calidad de la literatura mexicana para ser leída en Hispanoamérica y el mundo. Su pensamiento se refleja en esta expresión: Los críticos no recomendamos. Expresamos nuestra opinión sobre las obras que leemos.
En Popayán, Colombia, se publican en promedio dos libros cada mes; desde literatura hasta filosofía. Todos esos libros nacen huérfanos y continúan solitarios, sin la mano orientadora de la crítica. Al final desaparecen como literatura marginal. Ni la Universidad, ni la Asociación de Escritores, ni los diarios, ni la radio, promueven la determinante crítica. Aquí, como en el resto del país, la crónica social reemplaza la cultura, tanto que sus cronistas no leen, y si lo hacen no pasan de los títulos de los libros como cuando hicieron la reseña del libro Lugares comunes a lo patojo, que se refiere a las expresiones verbales reiterativas de nuestro lenguaje diario, pero invitaban a leer el libro “para hacer un recorrido por los lugares de nuestro Popayán”, incluido un sitio donde seguramente se debe propiciar el máximo placer de un opíparo festín, llamado Punto 30.
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