En diálogo familiar se hablaba –como desgranando mazorcas– de los últimos difuntos; por ejemplo, que el tío Miguel murió cuando acababa de cumplir cuarenta y tres años.
-Murió joven, dijo la sobrina menor.
-El papá de Ernesto, después de caerse del “soberao”, claudicó de sesenta años, expresó compungida la abuela.
-También murió joven, reiteraba la sobrina.
-Hace poco menos de un mes falleció el primo del tío Miguel. Tenía como setenta y ocho años -dijo el mayor de los hermanos-.
-Todavía estaba joven -insistía la sobrina de Miguel.
Ahí fue cuando se paró el primo de la menor y protestó:
-Bueno, entonces, ¿cuándo diablos uno se vuelve viejo?
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