miércoles, 30 de diciembre de 2009

¡Feliz año!

Del libro Lugares comunes a lo patojo, extraigo esta expresión que cada año la recordamos para desear y nos dicen para esperar:
¡Feliz año!
Entre el veinticuatro de diciembre y el quince de enero se invoca como un deseo y se acepta como un cumplido.  Es lo más bonito que le dicen a uno, además del consabido ¡salud!, cuando se levanta la copa con cualquier bebida que pudra las tripas.  ¿Si todos los fines de año se desea que el próximo sea feliz, es porque los anteriores no lo fueron?  Vivimos en pos de mejorar, por eso el que viene debe ser mejor que el anterior; es nuestro deseo y el de nuestras amistades, incluidas las cuñadas y los yernos, algunos tan zoquetes que finalizando mil novecientos noventa y nueve se atrevieron a desear ¡feliz milenio!  Como si tuviéramos vocación de tortugas galápagos o de selváticas ceibas.  Nosotros no duramos como dinosaurios, y es mejor que así sea.  ¿Se imaginan una deuda de trescientos años?; y no la pongo como ejemplo para el que debe sino para el que cobra. ¿Se imaginan a un matrimonio celebrando las bodas de diamante, después las de uranio y luego las de fibra de carbono?  ¡Y la cantidad de bisnietos y tataranietos que no dejarían entrar a los invitados mayores, jóvenes de ciento cincuenta años!  Mejor que no duremos tanto, sería impresionante la desfiguración humana; si así no más con medio siglo parecemos de siglo entero, cómo sería con los años que tardó el hombre para entender que las guerras matan.

Cuando un año se acaba, aparece el síndrome del cambio y la promesa.  Se promete cambiar a partir del primero de enero:  “Dejaré los vicios que me dejan chulpio el bolsillo; llevaré a mi mujer al restaurante Camino Real, que es elegante, delicioso y costoso -en manera alguna caro-, antes de cualquier reconciliación, que es tan peligrosa como un curso de fertilidad; trataré bien a mis empleados, les aumentaré el sueldo en la mitad del tiempo que la ley obliga; no volveré a llegar tarde a casa, llegaré al otro día; me manejaré bien, con mi mamá y mi esposa de testigos; bajo ninguna circunstancia me manejaré mal porque ahí aparecen todos los amigos”.  ¡Promesas vanas!
De todas maneras: ¡Feliz año!

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