Un descomunal “guayabo” adornaba la pinta del profesor emérito Luis Felipe Cadena hace tres sábados. Me abordó para referirse a una afirmación contenida en mi libro “Disquisiciones en prosa”. La afirmación dice: “…establece con igual propiedad, que las series matemáticas son infinitas (nunca terminan)…”; Felipe aseguró que las series matemáticas sí terminan y por tanto son finitas. Yo, simplemente controvertí que había unas que terminaban (las convergentes) y otras no (las divergentes). No afirmó ni negó; después aseguró algo que me dejó atónito: “Los seres humanos somos infinitos”. Felipe tiene una inteligencia asombrosa –por algo es profesor universitario de alta ciencia– y me dejó pensando más de la cuenta. Hasta me acordé del árbol genealógico como un proceso estocástico infinito. Ambos sabemos que hay un infinito matemático y otro conceptual, pero Felipe pasa con facilidad del uno al otro, y eso fue lo que hizo para dejarme en el andén como a un filósofo en trance de encontrar el origen de la luz: ¿Será que los humanos nunca nos acabamos?
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