Por los años de gracia de mil novecientos cuarenta, aparecieron en el balcón de la casona del puente del Humilladero, Baldomero Sanín Cano y Guillermo Valencia, ambos intelectuales de prestigio nacional. A Baldomero le dio por improvisar, ante el público citado y espontáneo de la calle, un elogio al maestro Valencia, donde exhibía epítetos de todos los calibres para ponderar el talento del poeta. Llegó José Dolores, “Catecismo”, en una “juma” descomunal y al oír los lambones calificativos gritó con su atronadora voz de bohemio:
-¡Crucifícale! ¡Crucifícale!
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