Por estos lugares de bohemios y desocupados, aparecen figuras que, a falta de méritos, inventan abolengos y descendencias eminentes no comprobadas para impresionar a incautos y satisfacer su ego.
Por aquí apareció, detrás de la celebración del llamado Bicentenario, una persona que se endilgaba la descendencia directa del sabio Francisco José de Caldas; también, ese sí legalizado por el apellido que lo adorna, otro señor que detentaba el orgullo de ser familiar en línea recta del eximio poeta Aurelio Arturo. Pues bien, después del trato personal y social con estos descendientes afortunados, queda una reflexión expresada por un atento observador:
-Esos señores, Aurelio Arturo y Francisco José de Caldas fueron egoístas, acapararon toda la inteligencia y no le dejaron nada a la familia.
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