Así como un corrupto es el único ser capaz de elaborar un estatuto anticorrupción, el más indicado para referirse a un lambón, es otro lambón. No tuve necesidad de buscarlo, lo encontré en todas partes.
Se presentó la oportunidad de conocerlo por donde transité: la empresa privada y la estatal, directorios políticos -como invitado accidental, pues nunca he sido desocupado-, reuniones públicas -con reinas recién coronadas por los presidentes de las juntas comunales y gobernantes recién investigados por los prevaricatos de hace diez años- y me confió sus artimañas para hacerse notorio en un mar de idénticos, sus métodos para alcanzar más importancia que el lambido de turno, su arrojo para gritar cuando los demás cavilan en su idiotez muda, su precisión para iniciar un aplauso entre un público frío como una manifestación de autistas.
El lambón, que ustedes también conocen, es tan simpático como un chiste flojo: toca reírse de él por compasión; es acomedido, puede llevarle el ramo de flores que le mandó el gerente a su esposa el día del amor y la amistad haciéndolo quedar bien a usted; es oportuno, siempre está presto a pasarle el pañuelo al político sensible que está a punto de derramar sus lacrimosos mocos; es ubicuo, está en todas partes incluido ese lugar a donde no llega el Espíritu Santo; y sabe de todo, más, mucho más que la CIA, el FBI y el MOSAD juntos.
Una vez estuvo, el lambón, en el Parque Caldas presentando unos artistas, patrocinados por el alcalde de turno, un tal Ramírez. Apenas lo vio, sacó una lista de todos los alcaldes del país y dijo que estábamos en presencia del cuarto mejor alcalde de Colombia. Después supimos que había cogido la lista al revés. En otra oportunidad, en una exposición del artista de la pintura Gustavo Hernández, se presentó un tal Fabián, de inmediato el lambón pidió un aplauso que resultó apoteósico pues los asistentes creían que era para el artista. Loas para el lambón. Fabián, en su ingenuidad mercantil, sonreía como hacen los modelos de Colgate. En reuniones sociales, el lambón se destaca. Me acuerdo de que en una fiesta de su cumpleaños, al gerente de una importante y desaparecida empresa de comunicaciones, joven y soltero, le dio por coquetear con una dama preciosa y atrevida que a todo le decía que sí. El lambón cogió el micrófono para anunciar la inminente boda -al fin- del gerente y ponderar su buen gusto, consecuencia de su afortunada pinta de arriero del sur. Después de la intervención del áulico en picada, unos empleados de alto vuelo reían a más no poder sobre las virtudes de la dama, a quien buscaron y encontraron en un laberinto sensual del oriente de la ciudad, en plena subida a Coconuco y la contrataron para impresionar al gerente, cosa que logró como buena profesional.
La muletilla insistente de un buen lambón es, “uno de los más”. Un profesional de la radio nacional, que debería volver a ponerse turbante ahora que su calvicie es extensiva, la usa con reiteración cuando entrevista a personajes nacionales. Alguna vez se le oyó decir: “el presidente Samper es uno de los más serios mandatarios que hemos tenido”; también dijo: “García Márquez es uno de los más grandes premio Nobel que hemos tenido”. ¡El colmo! Por lamber hasta se dicen verdades: es el más, porque es el único.
La eficiente forma de tener un lambón a disposición, es tener un cargo de poder. Por ejemplo, el alcalde tiene tantos lambones que uno no sabe cuáles son los secretarios, asesores, concejales o periodistas. El gobernador sí ha parcelado el asunto, los lambones no se bajan de la pinta formal. En cuanto al presidente, tiene hasta lambones internacionales: ahí están los de la caterva del PP español, los cubanos nacidos en Miami, pasando por los periodistas colombianos de la CNN.
Paro aquí y tomo aliento.
Queda mucho por decir de este espécimen, odiado, aceptado, rechazado, amado, pero imprescindible a la hora de echar flores o botar caspa, como dice la guacherna.
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