jueves, 3 de septiembre de 2009

A SU SALUD






Me piden que escriba sobre la salud. Es mucho más fácil que escribir sobre la enfermedad, así ésta sea leve, como el uñero de mi tía Ermenegilda.
La salud, como dicen los médicos, es el estado natural del ser humano. Cuando uno goza de rebosante salud le dicen los amigos que está alentado; las amigas dicen que uno está bueno y los envidiosos -que no faltan y por eso viven enfermos- que uno está aliviado, como si lo hubieran visto enfermo alguna vez.
Estar saludable es tener la posibilidad de afrontar las rumbas que programan los amigos, casi siempre con trago y sin “viejas”, o las que programan las amigas, sin trago y con viejos; es poder comer con sal lo que es de sal y con azúcar lo que va con azúcar; es trepar al “Morro” a toda pala, sin la menor posibilidad de que le dé un desmayo. Gozar de envidiable salud es, en fin, poder visitar a todos los médicos, generales y especialistas; ver cómo están de alentados, sin correr el menor riesgo de que lo receten.
Ahora, con el avance del sexo femenino en todos los campos, tenemos médicas, odontólogas, dietistas, fonoaudiólogas, bacteriólogas y afines. En mi caso, tengo una odontóloga de confianza -ni modos de decir que es de cabecera- que es la única mujer en el mundo que me produce un placer doloroso y un dolor placentero cuando la veo y, aun más, cuando me ve, con la boca abierta.
Como gozo de buena salud, no frecuento a las médicas despampanantes -que las hay en buena cantidad-, en parte porque me ponen enfermo y a veces grave, tanto que tengo que acudir a las aguas de toronjil para calmar el elevado palpitar de ese órgano que no descansa. Y eso que las veo de lejos. No entiendo por qué no están en la televisión o en la revista Soho, allí por lo menos las tendríamos al alcance de la mano diestra. No hay derecho a que las lindas médicas atenten contra nuestra salud de varones, cuando se acercan sexis y confianzudas a mirarnos las pupilas, auscultar nuestro pobre corazón deshecho, a tomarnos el pulso a punto de quedar parado y, encima, dictaminarnos que estamos con riesgo de infarto. ¡Como si nosotros no supiéramos!
Es mejor gozar de buena salud de hombre; si toca ir al consultorio médico, hagamos votos por que nos examine el veterano galeno barrigón.

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