Difícil que un chino se haga entender en la nueva Iberia. Sucedió que a Barcelona, España, llegó un emigrante desde la región remota de la Gran Muralla. Se alojó en un conjunto de propiedad horizontal, muy vecino del señor Manuel Curro.
Con su ancestral cultura, el chino Amao Chetiang, que así se llamaba, saludaba por las mañanas a su vecino:
-Buenos lías, señol Culo.
El señor Curro, enchapado a la antigua, entendía primero la ofensa que la limitación idiomática.
La escena se repetía todas las mañanas hasta que don Manuel adoptó una decisión violenta para evitarla. Compró dos perros doberman, y, así, cada vez que se encontraban los vecinos, los perros intentaban agredir al chino que, asustado, se refugiaba en su habitación. Varias veces intentó el chino defenderse con un cuchillo, pero el señor Manuel Curro silbaba y los perros se perdían en su cuarto. Esta vez se cansó el descendiente de Confucio y fue a la Delegación de policía a poner la queja.
-¿Qué se os ofrece, señor Amao, –preguntó el jefe policial–.
-Señol policía: sucele que pol las mañanas me salen los pelos del señol Culo y no puelo tlabajal.
El jefe de la delegación no pudo evitar una sonrisa y sólo se le ocurrió una solución insólita a un problema no entendido todavía:
-Este… pues… muy fácil, ¿por qué no los cortas?
-Lo quise hacel, señol policía, pelo cada vez que los voy a coltal, el señol Culo silba y se van pa´ lentlo.
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