La ciudad de Popayán, Colombia, no merece que la maltraten. Pero la están maltratando y no precisamente sus hijos, sino sus arrimados. Sus verdaderos hijos empezaron el desplazamiento hacia otros lugares del mundo a partir del terremoto de 1983; era su derecho, cuando se vinieron encima las siete plagas disfrazadas como demagogia goda –con el entonces presidente de las calamidades–, destrucción de un patrimonio familiar construido en años, nula esperanza de reconstrucción, desaparición de ayudas internacionales, desempleo, inseguridad, rechazo de profesionales locales a favor de advenedizos. Hoy, los que se fueron y se aventuran a volver, no encuentran amigos; si acaso algunos pocos viejos que le han hecho el quite a la muerte; que ya no pesan, que ya no se escuchan. Para aquellos payaneses, prósperos en otras ciudades de Colombia y el exterior, Popayán fue una ilusión que se perdió.
Ahora nos echan el cuento de la movilidad para acabar con una ciudad que dejará de ser única y pasará a ser una más con problemas que nos resolverán empresarios foráneos a un elevado costo. Según el correo de las brujas, que es el que mejor funciona, el alcalde, que no es payanés –y que nunca sabrá qué es eso–, va a dejar enculebrada a la ciudad con el flamante proyecto neoliberal de transporte masivo. (Nos quieren meter el fracaso del Transmilenio de Bogotá, del Mio de Cali, en esta ciudad donde la solución es otra.) En este propósito le apoyan los empresarios del transporte local –que tampoco son payaneses–, con su egoísmo y falta de ideas. Estamos seguros de que para el desplazamiento de los descomunales buses, algunas calles perderán su identidad y buena parte del patrimonio arquitectónico quedará reducido a híbridos escombros que ni serán antiguos ni tampoco modernos. Las zonas verdes, árboles centenarios incluidos, se sacrificarán para dar paso a un progreso mal entendido.
Está demostrado por experiencias de otros países, que si hay un buen transporte público urbano, el transporte particular se reduce, como sucede en las pequeñas ciudades europeas. Popayán es una ciudad pequeña que exhibe un crecimiento importante. Se requiere visión para detectar, hacia futuro, que es necesario, desde ya, acometer un plan de construcción de nuevas vías para nuevos asentamientos humanos. Pero como todo plan, que incluye variados proyectos, es una acción política donde deben participar los ciudadanos –juntas comunales, asociaciones de constructores, de ingenieros, arquitectos, comerciantes, empresarios locales del transporte, etc.- y el ente gubernamental correspondiente que lo eleve a la categoría de Plan de Desarrollo obligatorio. Como estamos, seguiremos al vaivén del político de turno, de sus intereses personales; lo que un alcalde haga, lo desbarata el siguiente.
Atrás dije que el proyecto de movilidad del actual alcalde cuenta con la aceptación de los empresarios locales del transporte por su egoísmo y falta de ideas y no puede ser más evidente: no tienen capacidad de asociación para constituirse en una única y sólida empresa, no son capaces de elaborar un proyecto de transporte integral que sea sometido al examen de la alcaldía y la ciudadanía. Por ese dejar hacer dejar pasar que han implantado en el Concejo Municipal, van a quedarse sin indulgencias y sin parroquia.
Popayán necesita con urgencia un proyecto de transporte integral, enmarcado en un Plan de Desarrollo, que tenga en cuenta nuestra geografía, nuestros polos de crecimiento, nuestro patrimonio cultural y arquitectónico, nuestro paisaje. Qué tal, por ejemplo, un sistema donde confluyan el tranvía de trocha angosta y el bus urbano pequeño, moderno, que incursione por donde el tranvía no lo haga; con la nueva forma de pago único por tarjeta recargable. El tranvía tiene unas ventajas excepcionales: Sus vías, más angostas que una calle, no son costosas porque van sobre rieles como el Metro; no consume combustible, se impulsa por energía de corriente directa; no es contaminante; no interfiere con el transporte normal de vehículos; es agradable y cómodo al pasajero, pues no genera ruido. Se me ocurre –lo que no hacen el alcalde ni nuestros transportadores–, construir una vía de norte a sur y bordeando los ríos Molino y Cauca, empalmando todos los barrios con breves rutas de buses por el mismo valor del pasaje; sería una ganancia para el ciudadano. Descubriríamos nuevos paisajes y recuperaríamos las riberas de los ríos. Hacer esto, antes que dinero, necesita voluntad política como se le llama ahora a la acción de beneficio a una comunidad; el dinero lo tienen los señores del sector financiero que necesitan el compromiso del gobierno y la comunidad para su recuperación con ganancias.
Tan sólo espero que nuestros dirigentes piensen con grandeza y, por una vez, actúen como estadistas “que piensan en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”; que a Popayán no le pase lo mismo que a Bogotá y Cali: que les metieron el Transmilenio y el Mio, cuando lo que necesitaban era el Metro.
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