Según nos cuentan, los libros y las películas, en la antigüedad los imperios se sostenían con dos ingredientes sociales básicos: Pan y circo.
En nuestra época moderna hemos avanzado una barbaridad, ¡tanto!, que los gobiernos se sostienen con sólo circo. Y hay circo por todas partes: en los centros comerciales, en los coliseos deportivos, en las fiestas patronales, en las campañas electorales, en las clausuras colegiales, en las elecciones, en la televisión y, en nuestro país, hasta en los cruces de semáforos. El pan también abunda, pero en pocas y elevadas mesas. El régimen político moderno da mucho circo, pero también pan: permite que el hambriento lo arrebate de otros menos hambrientos con la persuasión de la indigencia o con la insinuación del puñal; esto en los bajos fondos. Más arriba la persuasión se acentúa refinada. Para qué voy a sustentar lo que todo el mundo sabe: quien tiene algún grado de poder lo utiliza para despojar a otros que sólo tienen el resultado de su trabajo.
Hoy, los buenos gobiernos se tasan en grados de felicidad transitoria de la plebe y se llega al colmo de pregonarlo. Vemos por ahí una propaganda baladí que destaca la labor del gobernante por haber hecho las mejores fiestas; es como premiar al hijo menor por hacernos reír en la cena así haya perdido todas las asignaturas del año escolar.
Gastar en circo es determinante para los mandatarios en trance de afrontar futuras e inmediatas elecciones. La masa informe, la misma que vota por un pan, sólo tiene memoria reciente, se acuerda de unos minutos de felicidad rodeados por infinidad de días de tristeza. ¡Qué le vamos a hacer! La ignorancia da para todo, menos para identificar la causa de la ignorancia. De esta situación viven los eternos políticos y los terrenales clérigos. Y lo veremos este año. Veremos al candidato pampeando el hombro del asalariado a quien no conoce, cargando al bebé equivocado, besando la mejilla de la sirvienta de otros sirvientes, prometiendo lo imposible y negando lo obvio. Y para inclinar la voluntad del vulgo a favor de su cacareado “proyecto político” –que mas bien parece un “acuerdo de familia bien”–, basta con invitarlo al teatro del absurdo donde será el huésped de honor por breve intervalo, donde podrá comprobar que la felicidad está al alcance de la mano, que si no la toma –si no vota– no volverá a ser tenido en cuenta. Ese teatro del absurdo se expresa como sancocherías revueltas con aguardiente
Aunque no creo en las odiosas encuestas y menos en las estadísticas –que sirven para volver aciertos los errores–, me remito a una que divulgó el llamado sector financiero. Esta decía que el 30% de la economía mundial giraba en torno a las industrias del entretenimiento. Dicho en términos de fácil comprensión: alrededor del vicio, la diversión, el circo, se gasta casi la tercera parte de lo que se gana un ciudadano. Que lo diga el sector financiero, el sector parásito de la economía, sirve para establecer la importancia del circo.
Pero volvamos a la realidad inmediata y dejémonos conducir por el ayudante de Moliere; dejemos que ese buen teatro de humor nos colme, y aceptemos las tres palabras mágicas que nos llevan a un mundo de ensueño: ¡Arriba el telón!
Con un buen teatro, hasta tendremos la dignidad de criticar al circo, el mismo que sirve para eternizar los imperios.
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