Varios autores, especialmente modernos, que irrumpieron a partir de la segunda mitad del siglo veinte, creyeron agotada la literatura y se atrevieron a elevar esa posición a axioma: En literatura ya está dicho todo. En consecuencia lo que se escriba hacia el futuro será una literatura de dos vías: La parodia y la repetición. El amor, el dolor, la muerte, la vida…, materias primas de la literatura, según ellos, serán una burlesca repetición.
Yo me pregunto:
En música hay un pentagrama y 7 notas, ¿se ha agotado la música? Hay una infinita combinación de esas notas que los músicos exploran todos los días; no creo que por repetir las notas fundamentales en su variadísima gama podamos asegurar que la música ya esté agotada. Hay nuevas estructuras musicales y hasta géneros, que incursionan como novedosos arquetipos de un Ser Musical.
En pintura son 7 colores básicos: ¿se ha agotado la pintura? También aquí tenemos infinidad de combinaciones, representaciones y diferentes escuelas e innumerables tendencias; no obstante ser un arte antiquísimo, está lejos de agotarse. Nadie se atrevería a afirmarlo.
En la ciencia física hay dos teorías (síntesis del saber humano hasta el presente) que explican el macro universo y el micro universo: La ley de la relatividad y la mecánica cuántica. ¿Está agotada la ciencia? Me atrevería a decir que la ciencia apenas está comenzando a descubrir nuestro universo; está en pañales para determinar qué somos y para qué vivimos, sin acudir a argumentos metafísicos, ni credos de fe.
En matemáticas, el fundamento, la base de toda su estructura, está asentada en la sucesión de los números naturales. A partir de esta elemental sucesión, se ha construido todo un universo de métodos de contar, calcular y medir, conjeturas, teorías, probadas y por probar, que explican la capacidad de la mente humana que se presume ilimitada. ¿Se han agotado las matemáticas? De la misma forma que nos sorprende la infinita capacidad de discernimiento del cerebro humano, la respuesta es no.
Volviendo a la literatura, como todo arte y como toda ciencia, está despuntando a nuevas formas de expresión. Así como todos los días nacen seres humanos tan parecidos y tan diferentes –los matemáticos deberían averiguar cuál es el patrón que rige para que una persona sea diferente de otra sin repetirse–, así mismo aparecen nuevas historias que hay que contar, de seres humanos distintos, con cargas emocionales novedosas, tanto como sus propias vidas.
En la literatura no debe ocurrir lo que se pretendió hacer con la historia: el señor Francis Fukuyama planteó en un artículo publicado en 1989, que después llegó a la categorización de libro, “el fin de la historia” como una consecuencia del desmembramiento de la Unión Soviética, confundiendo el curso de la historia con la ciencia histórica.
Que haya preguntas existencialmente pesimistas, pronunciadas por uno de los jóvenes literatos que combina el arte de contar relatos y la ciencia matemática, como Guillermo Martínez (argentino, autor conocido por su novela Crímenes imperceptibles), que en una conclusión desesperada planteó: “Pero la verdadera pregunta de la inteligencia es cómo volver a crear”, nos produce escalofrío. No es común que la juventud se doblegue porque alguien prestigioso esbozó una teoría del fin de una rama del arte. Como todo punto de vista, debe someterse a examen, a revisión (tal cual lo hacen las matemáticas para prevalecer), y a partir de allí, con los elementos ya señalados, ver si hay verdad universal o simple agotamiento individual de los autores de la teoría.
En nuestro mundo, siendo efímero, limitado, nuestras posibilidades son infinitas en el arte y en la ciencia. En lo que atañe al pensamiento y al sentimiento, individualmente considerado, el ser humano puede llegar al máximo de su capacidad por desgaste natural; el arte y la ciencia, como fuentes de placer y sabiduría, son inagotables para la humanidad. Si hay un final, ese será el mismo del hombre.
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