Terminó la aventura, que por un pequeño margen hubiera terminado en tragedia, de los treinta y tres mineros chilenos, y ese país austral nos dio el mejor ejemplo de vida. Ahora se requiere que la enseñanza se asimile y se aplique, cuando corresponda, como lo debe hacer todo ser humano. El gobierno de Chile con decisión, fortaleza y prontitud asumió el rescate de los mineros atrapados en las profundidades de la tierra y hoy puede enorgullecerse de una acción certera cuyo resultado es la vida, que es la misma felicidad.
De verdad, siento envidia del gobierno de los chilenos que sobrepone la vida a cualquier otro interés, como lo acaba de hacer.
En nuestra Colombia, los gobiernos han sido inferiores a esos designios de vida pero han exaltado la muerte, que ya nos abruma como cultura.
No está lejos cuando todas las cámaras del mundo enfocaban a una humilde niña atrapada por la avalancha de Armero de 1985, Omaira Sánchez, que permaneció varios días esperando su rescate de la muerte. El gobierno de entonces no se inmutó y el mensaje que recibió el mundo fue claro: en Colombia la vida no vale y de una niña pobre, menos. Omaira murió en brazos de unos socorristas que era muy poco lo que podían hacer; otra cosa hubiera sido si interviene el Estado. Pero, qué se podía esperar de un gobierno para quien “era más económico que Colombia tuviera treinta mil muertos y no treinta mil damnificados”.
Está menos lejos, cuando en plena tragedia por el terremoto de Armenia de 1999, el presidente de entonces, al estilo Bokasa, se instaló con todo su gabinete en medio de la destrucción, para estorbar e impedir la acción de los rescatistas y socorristas. Muchos muertos se los debemos a ese interregno donde el presidente tenía que ordenar. Vimos entonces una burocracia inútil, derivada en inhumana. Qué diferencia con el presidente Sebastián Piñera, de Chile, que actuó como un espectador activo que sólo repartía felicitaciones cuando correspondía.
En nuestro país cada año suceden las mismas inundaciones de los ríos Cauca y Magdalena; todos los años, sin excepción, hay muertos y desaparecidos. Hasta los medios de comunicación se han vuelto cómplices de un Estado indolente, porque registran la tragedia, como espectáculo, de cada año sin siquiera plantearse las preguntas: ¿Cuándo va a intervenir el Estado para evitar estas tragedias? ¿Cómo se pueden evitar más muertes? Esos periodistas amaestrados repiten la misma perorata de todos los años sin sonrojarse: la culpa es del invierno, encubriendo así una responsabilidad estatal que éste disimula con ayudas caritativas en su sempiterna repetición. Me pregunto sobre la actitud de los periodistas holandeses frente al Estado, si ellos hubieran planteado que la culpa es del mar, que está más arriba de sus tierras, y el Estado no hubiera acometido el sistema de esclusas que permitió controlar esas aguas recias y ganar espacio habitable. Controlar el mar para los holandeses es una práctica de vida que la exportan y desarrollan en todo el mundo.
Volviendo a Chile, nos ha dado una soberbia lección: es humano y civilizado organizar un ejército para salvar vidas y no armar un ejército para matarlas.
2 comentarios:
Muy cierto, que berraquera por Chile y que trizteza que Omaira hubiera sido pobre y por lo tanto no se le haya prestado la atencion como nos recuerdas, pero en cambio movilizaron al mundo entero para sacar un niño rico en Pereira que igualmente como Omaira tenia derecho a seguir viviendo
Gracias:
Es reconfortante que haya desde tan lejos voces de solidaridad.
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