Se ha elegido un nuevo Papa en la iglesia católica.
Dice llamarse Francisco I.
Desde épocas inmemoriales la Iglesia ha ejercido un
poder político y ha estado del lado de los poderosos. Ese poder continúa y lo
han aprovechado –y lo siguen aprovechando– las potencias imperiales. Sucedió al
elegir a un Papa polaco que reversó a Polonia como un Estado proclive a los
dictados del gran capitalismo.
El nuevo Papa, elegido por los más de treinta cardenales
norteamericanos y otros tantos europeos, va a emprender la misión de abortar la
tendencia política hacia el socialismo en América Latina. Ya vemos la fuerte
contradicción entre Francisco I y el gobierno argentino; veremos después la
condena a los gobiernos de Brasil, Uruguay, Bolivia, Venezuela, Ecuador,
Nicaragua; veremos el auge de los escritores y periodistas prepago de la
derecha, legitimados por el Sumo Pontífice, lanzando a la hoguera a quienes se
inclinen por la política de justicia social.
Lo grave del asunto es esa gran mayoría católica de nuestra
América que aún no distingue que las potencias viven y se desarrollan por el
saqueo a los pueblos: antes depredaron al África, ahora vienen por América
Latina.
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