sábado, 23 de marzo de 2013

Cartagena, belleza en peligro



Voy a hacer una crítica que va a incomodar a los amigos costeños del Caribe, pero hay que hacerla porque en manos de ellos están las joyas naturales e históricas que se deben preservar por el bien de nuestro país.

En las nefastas épocas de Belisario Betancourt (1982-1986), el ministro Hugo Escobar Sierra, abogado costeño, impulsó y se construyó el tramo de carretera Barranquilla – Santa Marta que antes rodeaba la ciénaga por lo que era más largo el viaje. Contra toda recomendación de biólogos, incipientes ecólogos y pescadores de la región, el arrogante ministro salió por la televisión a defender el progreso descalificando a esas personas de ignorantes, que ni profesionales eran, que se oponían a un gran avance de la técnica. 

El reclamo de esos ciudadanos humildes, no amparados por organizaciones como hoy se hace, era simple: se puede construir la carretera sin bloquear la intercomunicación que hay entre el mar y la ciénaga, lo que pondría en riesgo de extinción a los organismos vivos que allí habitaban. El ministro, contra toda recomendación impulsó la construcción como estaba proyectada; desconoció que todos los seres vivos son objeto de Derecho y la carretera se hizo.

Hoy, los colombianos podemos ver un tramo de casi treinta kilómetros de carretera donde no hay vida: desaparecieron los manglares, se extinguieron los camarones, los cangrejos y los peces. Los pescadores cambiaron de actividad y el paisaje es digno de una postal lunar. ¡Qué gran progreso éste que sacrifica la vida para ahorrarse veinte minutos de viaje! Si se hubiera atendido las sugerencias, hoy tendríamos carretera y vida: se hubieran utilizado técnicas de construcción sobre aguas semi–profundas, un poco más costosas, que hubieran sido muy baratas para preservar la vida y el paisaje.


En Cartagena, en pleno año 2013, vemos el fin inexorable del Corralito de Piedra, la ciudad antigua que hay que preservar para el disfrute de nuevas generaciones.

Los enemigos de la ciudad vieja son los vehículos de combustión, el comercio depredador que ha perforado las murallas para vender chucherías y hasta para cobrar por una actividad biológica que en otras ciudades es gratuita.
Me produjo absoluta tristeza mirar una bella ciudad, rodeada de murallas, que debería conservar el encanto del siglo XVIII, asediada por el ruido de motos y carros de baja y alta gama, que impide caminarla con soltura.

Las autoridades municipales y su clase dirigente están a tiempo de corregir un crimen turístico que terminaría con lo valioso de Cartagena.

Debería emitirse una Ley (y hacerla cumplir) que prohíba el uso de vehículos de combustión en la ciudad antigua. Debería prohibirse el comercio grosero del menudeo dentro de la ciudad amurallada. Estas dos prácticas modernas se pueden ejecutar fuera de la ciudad antigua. Se debe estimular el uso de Victorias y Carrozas de tracción caballar como se acostumbraba en siglos amables.

Si se hace esto, recuperaríamos la belleza caribeña de Cartagena como ciudad histórica y turística. De lo contrario, nadie querrá ir a un lugar donde los desajustes modernos impiden ver y disfrutar la magia del pasado esplendor; nos quedaríamos con las playas atiborradas de vendedores de inutilidades.

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