En charla del filósofo Fernando Savater, en el evento
del Hay Festival de Cartagena, dijo algunas revelaciones
y muchas incongruencias.
Las revelaciones
ya las conocíamos y no es preciso ahondar en ellas; citemos sólo una, “el
trabajo del escritor es de riesgo”.
Sobre las incongruencias, hizo uso de sus fobias para
exaltarlas como rechazos colectivos. Está bien que no le guste la comida
preparada con arte –su paladar y su estómago no admiten el deleite–, pero no
está bien que descalifique con peyorativos epítetos la cultura de comer bien.
Al fin de cuentas el arte trata de recrear y satisfacer los sentidos y el
gusto es uno de ellos. ¡Qué dirían a estas descalificaciones países
distinguidos por la calidad y el arte de su comida como Perú y Tailandia!
Pero el señor Savater sí considera justificable la
tortura y muerte del toro en una corrida. (No califica el espectáculo como
cruel sino como crudo, por aquello de la carne abierta y la sangre en chorros.)
Su argumentación la soporta en que el toro de casta es un privilegiado que vive
bien hasta su muerte, algo que muchos humanos no alcanzan. Aquí, un desajuste
político –la desigualdad entre los seres humanos– lo utiliza para justificar
otro desajuste social: la creación y domesticación de los toros de casta para
un espectáculo horrendo.
Cae bien en este contexto –así lo creo– citar a los
antepasados árabes de Savater que hicieron gala de su sabiduría con un
proverbio:
Los hombres se parecen más a
su tiempo que a sus padres.
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