Podríamos
comenzar diciendo, con Rafael Pombo, que es una injusticia vivir para tener que
morir:
¿Por qué vine yo a nacer?
¿Quién a padecer me obliga?
¿Quién dio esa ley enemiga
de ser para padecer?
Que
un artista, a fuerza de sentirlo acompañar nuestra juventud y nuestra madurez
con su arte musical, se vaya al sueño eterno, es una injusticia mayor. Porque
quisiéramos tenerlo por siempre, como quisiéramos tener en vida a Jairo Varela,
el artista de la rumba eterna, algo que ya es imposible.
Se
murió Jairo Varela pero la fiesta sigue, es la burla que le hace a los
designios insondables.
Seguirán
vibrando sus notas, en orquestas nuevas para nuevas generaciones que en el
futuro sabrán que hubo un sonero que nació y vivió su niñez entre la pobreza
irremediable del Chocó; que soportó el frío de Bogotá en busca de un
reconocimiento a su talento artístico; que al fin alcanzó ese sabor inconfundible
de la música hecha para vivir felices, en la Cali del alma. De Cali a Nueva
York, sólo fue un paso. La valoración de su arte, en su total dimensión, la
hicieron todos los latinos y negros que pueblan a América.
A Jairo
Varela lo sentimos tan nuestro, como nuestros son sus himnos, hechos para
vencer la apatía y reemprender el baile y atesorar la felicidad de un instante.
Quienes
tenemos ese sentimiento latino lloramos la partida de Jairo Varela como a un
imposible que no podemos evitar; y en homenaje a su memoria nos queda la
felicidad otorgada por su música que nos hizo trascendentales en la pista de
baile.
Ya no
está Jairo pero está su música; continúa su permanente invitación a disfrutar
la felicidad de vivir como una aventura:
Una aventura es más bonita
Si no miramos el tiempo en el reloj.
Una aventura es más bonita
Cuando escapamos solos tú y yo.
Una aventura es más bonita
Si hacemos creer a los demás que no hay
amor…
Adiós,
Jairo Varela, tu música no nos dejará extrañarte.
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