miércoles, 15 de agosto de 2012

La muerte de un artista


Podríamos comenzar diciendo, con Rafael Pombo, que es una injusticia vivir para tener que morir:

¿Por qué vine yo a nacer?
¿Quién a padecer me obliga?
¿Quién dio esa ley enemiga
de ser para padecer?

Que un artista, a fuerza de sentirlo acompañar nuestra juventud y nuestra madurez con su arte musical, se vaya al sueño eterno, es una injusticia mayor. Porque quisiéramos tenerlo por siempre, como quisiéramos tener en vida a Jairo Varela, el artista de la rumba eterna, algo que ya es imposible.

Se murió Jairo Varela pero la fiesta sigue, es la burla que le hace a los designios insondables.

Seguirán vibrando sus notas, en orquestas nuevas para nuevas generaciones que en el futuro sabrán que hubo un sonero que nació y vivió su niñez entre la pobreza irremediable del Chocó; que soportó el frío de Bogotá en busca de un reconocimiento a su talento artístico; que al fin alcanzó ese sabor inconfundible de la música hecha para vivir felices, en la Cali del alma. De Cali a Nueva York, sólo fue un paso. La valoración de su arte, en su total dimensión, la hicieron todos los latinos y negros que pueblan a América.

A Jairo Varela lo sentimos tan nuestro, como nuestros son sus himnos, hechos para vencer la apatía y reemprender el baile y atesorar la felicidad de un instante.

Quienes tenemos ese sentimiento latino lloramos la partida de Jairo Varela como a un imposible que no podemos evitar; y en homenaje a su memoria nos queda la felicidad otorgada por su música que nos hizo trascendentales en la pista de baile.

Ya no está Jairo pero está su música; continúa su permanente invitación a disfrutar la felicidad de vivir como una aventura:

Una aventura es más bonita
Si no miramos el tiempo en el reloj.
Una aventura es más bonita
Cuando escapamos solos tú y yo.
Una aventura es más bonita
Si hacemos creer a los demás que no hay amor…

Adiós, Jairo Varela, tu música no nos dejará extrañarte.

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