La
envidia es natural en el ser humano, pero llega a ser un mortal defecto cuando
se usa con claro objetivo político.
En
nuestro país, los gobiernos han apelado a la envidia para justificar decisiones
injustas, para cerrar empresas estatales, para propiciar enfrentamientos entre
ciudadanos.
No
está lejos, cuando el gobierno de turno (que parece el mismo perro con
diferente collar), apoyado en la gran prensa aliada de sus desmanes, citaba que
una señora empleada de Ecopetrol en sus instalaciones del Magdalena Medio ganaba
mensualmente millón y medio de pesos, repartiendo tintos a los empleados.
Presentada así la información, despertaba la envidia de otros empleados del
país que sólo ganaban el salario mínimo, incluidos profesionales. Se creaba,
entonces, un clima propicio para arrasar con nuestra mayor empresa estatal.
Afortunadamente lograron despedazarla pero no acabarla, con el aplauso de
millones de colombianos envidiosos. La prensa no decía que la señora de los
tintos era una excepción, que operaba en un clima de infierno, que estaba
expuesta a enfermedades tropicales, que tenía sus hijos lejos, y que hacía
otras labores más importantes que repartir tintos. Aquí era importante resaltar
el tamaño del salario por una labor fácil. Eso causa envidia.
Las
prebendas que el gobierno otorga a los indígenas desatan la envidia de los
campesinos y los negros, y hasta la de nuestra endeble clase media, y ya vemos
cuántos réditos políticos les da a los gobiernos de turno, que hasta justifican
los atropellos.
Ahora
tenemos un caso internacional de envidia.
El
señor Lance Armstrong, ciclista profesional ganador de las más importantes
carreras del mundo, de pruebas olímpicas, que lo ubican como el mayor ciclista
del mundo, después de haber afrontado todas las pruebas científicas de dopaje
en su momento –saliendo limpio en todas
ellas–, luego de 7 años, vienen a cuestionar su deportivismo, con pruebas
testimoniales. Testimonios de amigos y ciclistas rivales, que no lo alcanzaron
ni en la carretera.
¡Hasta
dónde llega la envidia!
Ahora
solo falta que la UCI (Unión ciclística internacional) de crédito a unos
envidiosos que intentan despojarlo de todos sus títulos.
Sería
la primera vez que la envidia le gane a la ciencia.
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