En
Colombia es costumbre, elevada a ley, que un funcionario adquiera sabiduría
cuando ocupa un cargo de poder.
Por
eso vemos ministros que se atreven con la filosofía, cuando son economistas de
papel; gobernadores que dictan normas económicas cuando ni siquiera saben
manejar la economía del hogar; alcaldes que saben más que los ingenieros
civiles, siendo escasamente abogados sin ejercer; y, recientemente, jefes de gobierno
que sientan tesis socio-políticas que no se les había ocurrido ni a Winston
Churchill, ni menos al dictador Hitler.
Sucedió
con el actual presidente de Colombia que lo dijo bien clarito, sin lugar a
dudas y vacilaciones: “Si no hubiera
periodismo, no habría terrorismo”.
Para
quienes gustan de expresarse con lugares comunes, esa declaración es un ejemplo
certero de coger el rábano por las hojas.
Como aquella, ya clásica, de que el
culpable de la infidelidad, es el sofá. O como esa otra, reciente, de
nuestra ministra de relaciones exteriores, que ya ocupa lugar destacado en las
páginas graciosas de la Internet: “Donde
hay un hombre, hay prostitución”.
A
veces nos hacemos la pregunta sobre si la estupidez es una peste nacional donde
estamos cayendo todos los colombianos, desde gobernantes que hablan bobadas, hasta
gobernados que les creen. Si extraviamos el norte de la razón y de la lógica,
podríamos asegurar que estamos absolutamente perdidos y en ese caso vamos a llegar
con excesiva facilidad a cualquier fanatismo, que no es otra cosa que no querer
pensar, para que otros piensen por nosotros.
Tal
parece que el debate nacional, la discusión de las ideas, ha cedido el paso al
facilismo elemental de aceptar lo que diga el patrón, sin objeciones.
Un
país que no debate sus problemas públicamente, que no confronta dialécticamente
a sus gobernantes, nunca alcanzará ese grado de compromiso de los políticos y sus
gobernados, y las soluciones las dará el
menos apto de esos políticos y, seguro, el más fanático.
Colombia
ya afronta una tragedia, pero puede sobrevenir una tragedia mayor por la
desesperación de resolverla. Deseamos, en este punto de la historia, que las
mentes más claras de Colombia se impongan sobre la estupidez.
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