miércoles, 16 de mayo de 2012

Homenaje a las madres


Se envejeció mi mamá.

Verla encorvada, frágil, con su arrume de huesos débiles, mirando un horizonte cada vez más estrecho, me obliga a ser tierno, y a comprender que nacimos y vivimos para morir.

Hace años, que nos parecen breves, esa mujer era bella y joven.

Encendía el fuego de la vida, la pasión, que hizo posible el tránsito de niña a mujer y de mujer a madre. Que propició el milagro de crear nuevas vidas, que permitió que conociéramos este mundo, para algunos, llamado valle de lágrimas y, para otros, más reales, el lugar de nuestros sueños y de nuestra existencia. Gracias mamá por traerme a vivir esta aventura alucinante; gracias mamá por darme esta vida maravillosa.

Hace años, que nos parecen añoranzas, no creíamos que mi mamá se fuera a morir.

Siendo niños, esa madre era la protección definitiva contra los espantos, la que nos resguardaba de todo mal, la que sanaba nuestro cuerpo contra las locuras infantiles, la que nos castigaba con ternuras.  Mamá, la depositaria de nuestras quejas, era invencible contra los tormentos que nos hacían llorar. Era el escudo opuesto a la ferocidad de papá. Nada maligno sobrepasaba la altivez de mamá. Era fuerte y hermosa, dos armoniosos argumentos la engalanaban para ganar el lance por la protección de sus hijos. Era eterna y no se podía morir.

Hace años,  que nos parecen tardíos recuerdos, era nuestra consejera permanente.

Siempre les dijo a las hijas mujeres que consiguieran de marido a un hombre que sirviera para algo más que para mantenerlo. “Un hombre que sabe trabajar, siempre es un buen hombre”, les decía con la autoridad de lo aprendido.  Mamá, a los varones, nos recomendaba para el casorio a las damas que supieran cocinar, barrer y planchar, aunque no fueran bonitas. Y ahí saltó nuestra rebeldía de hombres como la primera oposición a su mandato: “¿Y, entonces, las bonitas para quiénes son?”.

Mamá, en medio de sus errores, siempre tuvo razón. Sin adornos y con valor, expresó lo que sentía por el bien de sus hijos.

Hoy nos parece imposible que tan pocos años de toda una vida hayan doblegado a mi mamá.

Verla frágil entre aguas y remedios, entre sábanas y abrigos, con esa lentitud apacible de la vejez, con la certeza del final en cualquier día, nos desata la ternura, nos sinceramos con nuestros sentimientos y la abrazamos con la misma delicadeza con que acariciamos una porcelana, y la besamos como a la eterna causa de nuestra existencia. 

¡Gracias mamá por estar viva!

1 comentario:

Anónimo dijo...

sabes víctor yo era soldado cuando escuche este homenaje. Estaba en popayan y lo escuche por 106.9 noticias y me di cuenta que no importa la distancia ni el tiempo que lleves fuera de casa pero nunca olvides que siempre tu mamá te vas a estar esperando con los brazos abiertos lo digo por experiencia