jueves, 8 de marzo de 2012

Conversaciones añejas


En Pandiguando, en una vieja casa de antejardín, estaba doña Bárbara Pinzón;  86 años que ya se notan, gracia que no se pierde.

-Usted, ¿quién es?

-El hijo de Misiá María.

-¿Cuál María?

-La que vivió en el barrio Bolívar, en la casa de inquilinato de Don Luis Ñañez.

-¡Ah! Yo viví allí pero no me acuerdo de Misiá María. Fue hace tanto tiempo que ya el olvido me puede. Aquí han venido varias personas a saludarme y a recordarme, pero yo no sé quiénes son.

-¿Cómo se llamaba su marido?

-Manuel Pinzón. Él era mecánico pero se murió de tanto beber. Yo tenía que andar buscándolo cuando le pagaban para que no se tirara la plata de los chinos. ¿Se acuerda de ellos?

-De su marido, no; pero de sus hijos, sí.

-Ya están viejos. Ahora casi estoy sola, compartiendo la soledad con el segundo, Arvey. Los otros dos hicieron rancho aparte.

-Bueno, doña Bárbara. Me dio mucho gusto en saludarla. Voy para donde mi mamá que vive en el Obando y ya tiene 91 años.

-Bueno, saludos. ¿Cuándo vuelve por acá?


Con algo de ironía, se me ocurrió decir:

-Pues organice una fiesta y vengo.

Me miró con gracia, trató de enderezarse, cogiéndose la cintura y los hombros y me aseguró ya confianzuda:

-Esperá que yo enderece estos huesos, organizo la fiesta y te llamo.

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