En
Pandiguando, en una vieja casa de antejardín, estaba doña Bárbara Pinzón; 86 años que ya se notan, gracia que no se
pierde.
-Usted,
¿quién es?
-El
hijo de Misiá María.
-¿Cuál
María?
-La
que vivió en el barrio Bolívar, en la casa de inquilinato de Don Luis Ñañez.
-¡Ah!
Yo viví allí pero no me acuerdo de Misiá María. Fue hace tanto tiempo que ya el
olvido me puede. Aquí han venido varias personas a saludarme y a recordarme,
pero yo no sé quiénes son.
-¿Cómo
se llamaba su marido?
-Manuel
Pinzón. Él era mecánico pero se murió de tanto beber. Yo tenía que andar
buscándolo cuando le pagaban para que no se tirara la plata de los chinos. ¿Se
acuerda de ellos?
-De
su marido, no; pero de sus hijos, sí.
-Ya
están viejos. Ahora casi estoy sola, compartiendo la soledad con el segundo,
Arvey. Los otros dos hicieron rancho aparte.
-Bueno,
doña Bárbara. Me dio mucho gusto en saludarla. Voy para donde mi mamá que vive
en el Obando y ya tiene 91 años.
-Bueno,
saludos. ¿Cuándo vuelve por acá?
Con algo de ironía, se me ocurrió decir:
-Pues
organice una fiesta y vengo.
Me
miró con gracia, trató de enderezarse, cogiéndose la cintura y los hombros y me
aseguró ya confianzuda:
-Esperá
que yo enderece estos huesos, organizo la fiesta y te llamo.
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