Desde
tiempos inmemoriales, la mentira –esa contradicción entre lo real y lo dicho–
es herramienta política para engañar a los pueblos.
A comienzos
del siglo XX, Hitler, el dictador alemán promotor de la Segunda Guerra Mundial,
la elevó a dogma político y de esa fuente han bebido todos los gobernantes
europeos y americanos para hacerse al poder y ejercerlo, hasta hoy.
Hitler
firmó muchos tratados de no agresión y todos los incumplió, entre ellos, el más
famoso entre Alemania y la Unión Soviética, que rompió sin previo aviso, cuando
lanzó sus hordas invasoras para borrar del mapa a las repúblicas socialistas.
Su
ministro de propaganda, Joseph Goebbels, tenía un lema: “Una mentira repetida
tres veces se convierte en verdad”.
(En
Colombia el señor Laureano Gómez dijo algo parecido: “Calumniad, calumniad, que
de la calumnia algo queda”.)
Recientemente
el señor Bush, presidente de los Estados Unidos, encaramó su mentira sobre la
existencia de armas atómicas en Irak para justificar la invasión y la muerte de
más de un millón de irakíes. Finalizada la agresión, no se encontraron las
armas pero el señor Bush sigue siendo un ex presidente con abundantes petrodólares.
En
nuestro país hemos tenido mentirosos insignes a quienes se consagró como
presidentes; y digo insignes, porque a pesar de cogerlos en sus mentiras,
aseguran, en el colmo del cinismo, que son persecuciones políticas. Dejemos a
un lado a estos mentirosos del ayer y veamos el presente.
En
Bogotá, con ese rasgo de humor negro santafereño, sus habitantes le pusieron un
apodo al señor Santos, antes de ser presidente: le decían Pinocho, y no se lo
han quitado. Basta ver los acontecimientos para comprobar que no hay validez
entre lo que se dice y lo que se hace.
El
señor Santos y su ministro aseguraron hace unos meses que los parques de
reserva natural estaban exentos de explotación minera. Dos semanas atrás vimos
una multitudinaria protesta en Bucaramanga por las explotaciones mineras en el
páramo de Santurbán.
El
señor Santos y su ministro de minas aseguraron en los medios que la energía que
iba a producir el Quimbo daba seguridad al abastecimiento nacional. Hoy
sabemos, por las denuncias en el propio Congreso, que sólo el 7 por ciento de
esa energía es para Colombia, el resto se venderá en los mercados
internacionales.
Y la
última (de una cantidad que tenemos encostaladas): El gobierno garantiza la
educación gratuita. Es un simple anuncio, como todos los anuncios de este
gobierno que no se cumplen. Para que la educación sea gratuita se debe dar la
plata para atender el funcionamiento de los colegios, no recortando partidas,
ni excluyendo colegios, ni eliminando profesores, ni restaurantes escolares, ni
porteros, ni aseadores…
Ya
veremos el conejo que le va a poner a
la reforma a la educación superior para cumplir el TLC con Estados Unidos.
En
fin, los santafereños tienen razón: a Pinocho ya no le cabe la nariz.