En
vísperas del año crucial de 1789, en la Francia de Luis XVI, son muchas las
similitudes con la Colombia de hoy.
Veamos
algunas:
Quienes
aportaban al fisco francés, mediante impuestos, eran la clase media y la clase
pobre. Los ricos no tributaban en Francia, estaban exentos.
En
Colombia, las llamadas Fundaciones, producen el efecto de no tributación del
gran empresariado, con el beneficio de aumentar sus capitales, por otras vías,
con el consentimiento del Estado.
La
Francia era un ejemplo en Europa de un reino pusilánime, donde campeaba la
corrupción. A pesar de las buenas intenciones del rey Luis XVI, de reformar la
administración para mejorar las condiciones de comerciantes y campesinos, sus
intenciones chocaron con los intereses del clero y los grandes aristócratas, lo
cual condujo a un descontento social progresivo.
En Colombia, no hay un día que no surja un
nuevo escándalo de corrupción, pero todo queda en la mera denuncia. Se volvió
cultura participar de la corrupción y posar de eminencia, aún en la cárcel, con
prebendas y beneficios.
En
Francia se acentuó la desocupación, hasta alcanzar proporciones desastrosas en
París, en los centros textiles de Lyon y
en el norte, como consecuencia del tratado de libre comercio firmado con Gran
Bretaña en 1786. Ese tratado afectó por igual a productores y consumidores,
campesinos e industriales: los llevó a la ruina.
En
Colombia, aún falta por ver las consecuencias del tratado de libre comercio con
Estados Unidos, que entrará en vigencia en pocos meses, pero ya se observa con
Canadá: la minería extensiva de los canadienses nos está dejando sin tierras,
sin páramos y sin agua y se está desplazando a humildes mineros, que existen
hace más de cien años, tildándolos de ilegales.
Hay
otras coincidencias, no menos graves, –como el aumento de la delincuencia y la
criminalidad– que podrían llegar a reiterar la prédica de que “la historia se
repite”, sin embargo este ejercicio lo hacemos porque, de algo nos sirve la
historia. No es solamente una referencia pasada, intrascendente, es la vida de
los pueblos que son dinámicos en su grandeza o pequeñez.
Colombia,
como toda nación joven, aún está escribiendo su propia historia. Falta mucho
para llegar a ese clímax de la toma de La Bastilla como la supresión de un
símbolo tiránico, pero nos produce escalofrío lo que está sucediendo aquí, en
nuestro país, y en el mundo, del cual dependemos.
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