En Popayán es costumbre volverse –si no lo es–, tacaño. Hasta los profesionales clásicos adquieren este defecto como una protección frente a tanto pichicato suelto. Le sucedió a un eminente traumatólogo que después de varias detenciones en la vía pública por amigos que le requerían sus conocimientos para ahorrarse la consulta, adoptó una fórmula eficaz y la aplicó con el “Tacaño” Bonilla, quien lo paró por la carrera sexta y levantándose la manga derecha del pantalón, le consultó:
-Doctor Illera, ¿me puede decir qué me echo en la rodilla que me duele con este frio de invierno?
Contestó el galeno:
-Pues te aconsejo que te echés diez mil pesos al bolsillo y pasés por mi consultorio en la tarde.
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