Está comprobado que hay artistas descuidados, matemáticos distraídos y científicos confundidos. Pues bien, una pareja esperaba el tren en una estación europea; él era científico y ella una dulce, común y encantadora mujer. La conversación era tan amena que no permitió medir el tiempo de espera del tren y éste empezó a andar. El científico se percató del movimiento, cogió la maleta y empezó una carrera desaforada para alcanzar la máquina. Exhausto lo logró.
La bella dama reaccionó inmediatamente después de la acción del científico, empezó a correr detrás y por más esfuerzo que hizo, el tren la desbordó. Cansada, paró y vio cómo desaparecía en la distancia el científico con sus brazos agitados en alto.
Se acercó el empleado de control de la estación y como consuelo tardío le dijo a la dama:
-Señora, no se desespere. ¡Créame! He visto muchas despedidas y todas son dramáticas.
La dama alzando la mirada de incrédula le corrigió:
-Señor, la situación es más grave: el doctor que va en ese tren sólo vino a despedirme. La que viajaba era yo.
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