El
pasado 24 de junio de 2012 se cumplieron 77 años de muerto Carlos Gardel, el
máximo cantor de Argentina. Seguramente lo recordaron los amantes de la buena
música que nunca lo conocieron personalmente y quienes tuvieron esa fortuna,
hoy están a punto de olvidarlo por la amnesia senil de los noventa años.
Murió
Gardel, y sobrevivió su fama y el tango como expresión musical de un crisol de
comunidades: la negra africana, la europea francesa e italiana y la fuerte
americana. Y fue Carlos Gardel, quien se resistía a interpretar esta música,
por considerarla de barriada, quien vistió de smoking al tango en Europa.
Gardel
cambió su posición en 1917, cuando cantó, por primera vez, Mi noche triste, tango, cuyos versos expresan la soledad de un
joven bohemio por la ausencia de su amor, hecho mujer:
¡Percanta que me amuraste
en lo mejor de mi vida
dejándome el alma herida
y espinas en el corazón…!
¡Y la lámpara del cuarto
también tu ausencia ha sentido,
porque su luz no ha querido
mi noche triste alumbrar…!
Curiosamente
esta canción tuvo éxito entre las mujeres, que a pesar de no entender algunos
términos lunfardos, supieron descifrar la tragedia amorosa.
Gardel
le puso la música y Alfredo Le Pera los versos, para componer Soledad, un tango que expresa el
sentimiento de lejanía de la tierra americana y esa incertidumbre por el
porvenir. Aquí, la metáfora, es la ausencia de la mujer amada:
Yo no quiero que nadie a me diga
que de tu dulce vida
vos ya me has arrancado.
Mi corazón una mentira pide
para esperar tu imposible llamado.
Yo no quiero que nadie se imagine
como es de amarga y honda mi eterna
soledad.
En mi larga noche el minutero muele
la pesadilla de su lento tic tac…
Como
sucede hasta con los dioses, todo llega al final. Carlos Gardel falleció en un
accidente aéreo en Medellín, el 24 de junio de 1935 en lo más alto de su
reconocimiento público.
Lo
lloraron hasta las piedras, porque cuando muere un artista muere un ser único.
Ocho
meses después, el 5 de febrero de 1936, llegaron los restos mortales del Zorzal
Criollo a Buenos Aires. Treinta mil personas lo vieron bajar en ataúd cubierto
de flores, sostenido por el cable de una grúa del barco Panamerican,
cumpliéndose la premonición que había cantado en Golondrinas, dos años atrás:
Criollita de mi pueblo,
pebeta de mi barrio,
con las alas plegadas
también yo he de volver.
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