Está
demostrado, a través de la historia, que todos los imperios tienen un ciclo
vital como todo ser vivo.
Sucedió
con el imperio romano.
Al
final de su esplendor salieron los cristianos de las catacumbas, después de
cuatrocientos años de confinamiento, para destruir ese imperio y establecer uno
nuevo: el imperio vaticano.
Los
cristianos aprovecharon las bondades de la ley romana que protegía a quienes se
refugiaran en los cementerios, por considerarlos lugares sagrados, y debajo de
esos cementerios construyeron albergues inmensos que hoy se conocen como
catacumbas. Allí se protegieron los cristianos de la persecución de los romanos
y fueron muchas las generaciones que no vieron brillar el sol.
Algo
parecido tenemos en pleno siglo XXI en Nueva York. Allí, debajo de esa ciudad,
hay otro tipo de sociedad que se refugia en la pobreza aprovechando los
subterráneos de las inmensas alcantarillas, de las redes de acueducto y
comunicaciones; incluido el Metro. Es una comunidad que no ve la luz del día;
que crece al ritmo acelerado de la pobreza debajo de una sociedad opulenta.
Estados
Unidos es un imperio nuevo que sólo ajusta cien años de existencia como tal y,
por lo tanto, así como alcanzó su esplendor en tan breve tiempo, de igual forma
será su final: rápido y doloroso. La pobreza carcome los cimientos del mayor
imperio, como el gorgojo destruye el mueble más fino, hueco por dentro aunque
se note indestructible por fuera. Estados Unidos utiliza su riqueza
especulativa para sojuzgar a otros países sin resolver sus contradicciones
internas que al final serán su tumba.
Del
mayor imperio del mundo se cuentan historias que llaman a la envidia pero se
refieren a su sociedad visible, de lujos y bienestar aparente, que ha
fundamentado su poder en el dinero, un valor especulativo representado en
papel. Cuando ese papel no sea aceptado como valor de cambio, tendremos pobres
con cosas junto a pobres sin nada. Los verdaderos ricos, quienes han acumulado
el oro y las piedras preciosas en bodegas inaccesibles, serán los amos de la
pobreza. Amos de nada. Administrarán una legión de indigentes que, si no se
destruyen entre sí, destruirán a sus amos.
Entonces,
y sólo entonces, veremos la aniquilación de un imperio que se fundamentó en el
valor ficticio del dinero y el nacimiento de una nueva sociedad que se asentará
en el valor fundamental de la vida. Única forma de afrontar el futuro, sin
guerras, sin destrucción por lo hecho, sin fronteras, sin sociedades opulentas
ni pobres, sin clases ni estratos sociales. Si la vida es el principal valor,
no se necesitan armas que la destruyan. Estaremos próximos a una sociedad
perfecta.
La
historia también ha demostrado que todo es posible para el ser humano.
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