Estamos en la época de las promesas; la antesala del matrimonio por conveniencia cuyo fin último es la posesión. En este año de elecciones, en Colombia, –siete largos meses de vanas palabras del novio que sólo apunta a la noche del himeneo– aparecen políticos nuevos, viejos y caducos, todos, cual Pinocho, prometiendo lo que nunca cumplirán, posando de honrados todavía sin orden de captura, hablando bonito como las gitanas, que nos dicen lo que queremos oír. Los medios de comunicación, que están en su derecho de hacer su agosto, nos inundarán con expresiones pagadas como, “Ahora sí”, “El cambio es ya”, “Contra la corrupción”, “Nos llegó la hora”, “La ciudad no está enferma, está grave” y otras similares que prometen el gran cambio para seguir igual.
Por ahí apareció un político, que no sabíamos que lo era, de voz de falsete, sin propuestas, desparramando buenas intenciones, cuando la última vez lo vimos como empresario de un club de fútbol venido a menos. Según los resultados deportivos, fue quien impuso la filosofía, que aún persiste, que los refuerzos para ganar un torneo se hacen con jugadores viejos y baratos. Al mencionado club de fútbol le va a pasar lo mismo que al departamento del Cauca: lo van a mandar a las divisiones inferiores luego de ostentar una historia de grandeza. Estas son las consecuencias, cuando se impone la filosofía de las buenas intenciones con frágil sustento, frente a una certera orientación política.
También aparecen gerentes que han cumplido con su deber –que hoy es cosa rara, y por eso se destacan– exhibiendo esa única patente para ser ungidos como candidatos. Aclaremos: Hay una diferencia abismal entre dirigir una empresa de 40 empleados y un municipio de 300 mil habitantes o un departamento de 2 millones. Eso sería lo mismo, ni más ni menos, que a un director de una guardería infantil lo nombren rector de la Universidad Nacional. Nosotros ya tuvimos los resultados de este tipo de elección –gerente en gobernante– en fechas recientes y nos fue como a perro en misa; aunque al perro le fue mejor, por esa inteligencia canina que le indica que a esa misa no vuelva, en cambio nosotros, gozamos en repetir las mismas jaculatorias.
También aparecen otros políticos reencauchados en cargos de tercera, que creíamos que ya se habían jubilado haciendo nada, ahora sí dispuestos a trabajar como no lo hicieron en su juventud. Tienen el cerebro más enredado que un baúl de zarcillos, tanto, que el ágil periodista pregunta una cosa y le contestan otra, que no guarda la mínima lógica entre antecedente y consecuente. Me acuerdo de que a uno de estos especímenes le preguntaron:
-Doctor, ¿cuáles son sus propuestas?
Y respondió:
-He hecho un recorrido por todo el departamento viendo las necesidades de la gente. He visto la pobreza pero también el afán de las gentes por salir adelante.
Bueno, si esta no es una respuesta al estilo “Chancaca”, debe ser una respuesta al estilo “Chuspas”.
Estos mismos candidatos confunden los términos, política, plan, proyecto y programa; no diferencian entre gobierno y Estado y todo lo revuelven como en un sancocho de beneficencia. Se nota que sus clases de política se las dictó el doctor Parkinson, o el doctor Dawn, o el doctor Alzhéimer, o todos a la vez. O simplemente no estudiaron.
En serio.
Echémosle ojo a la “carretilla” que se nos viene encima y hagamos como esa novia avispada en trance de aceptar requiebros mentirosos del futuro marido: Mijo, firmemos un contrato de cumplimiento, si no cumples, me respondes con las tres cuartas partes de tus bienes.
Así la cosa, sería otra cosa.
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