Ahora, con la tragedia del Japón, –tragedia que no terminamos de lamentar– exponemos una anécdota del terremoto de Popayán de 1938 que los octogenarios se han encargado de no dejarla olvidar.
El suceso ocurrió a las siete de la noche de un día a principios de febrero, y don Pedrito Paz que deambulaba por el parque Caldas, encima del temor por el movimiento, vio cómo una señora entrada en pánico se abalanzó sobre un señor y repetía desesperada:
-¡San Emigdio! ¡San Emigdio bendito!
El caballero, después del segundo susto, con la caballerosidad propia de la época, corrigió a la señora:
-Perdone señora. Tal vez usted me está confundiendo. Yo no me llamo así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario